El mensaje de correo electrónico proviene de España y el amigo que lo envía todavía no cumple un año de estar viviendo en aquel país. Durante ese tiempo se ha tornado costumbre leer sus historias de solidaridad y de artistas que se inician, personajes que ha ido conociendo en los barrios en los que –hasta hoy- residió y sobre los mil proyectos que siempre tiene en mente. El entusiasmo tal vez sea la marca principal que identifica a mi amigo, el tipo de entusiasmo inocente que recuerda la niñez; sin embargo, en esta ocasión, las frases -acompañadas de una fotografía- se mueven entre la tristeza y el asombro.
Lo primero, entonces, es describir el contenido de la imagen en la que vemos la vidriera de algún comercio, una juguetería al parecer, donde destaca un grupo de muñecas alineadas. Las dos de la izquierda muestran cabello de color rubio y las dos que se encuentran inmediatamente a continuación enseñan rasgos con señas levemente afroides y el cabello de un rubio encrespado; luego de esto, las dos que cierran la colección, son dos pequeñas monas: una de color carmelitoso claro y pelo con tonalidad rojiza; la otra, la última ya en el extremo derecho, de color negro.
Lo segundo, y aquí entra en juego la interpretación, es preguntar por la relación entre los colores de las muñecas y aquello que están representando; dicho de otro modo, preguntar por la conexión entre las presencias y las ausencias, lo dicho y lo callado, lo visible y lo que permanece invisibilizado. Algo tan sencillo como saber por qué no hay muñeca (de niña) negra y por qué se salta desde la muñeca de cabello crespo hasta la pareja de bebés de primate.
¿Qué es “lo colonial”? ¿Quiénes lo desarrollan o ejecutan? ¿Quiénes lo sufren y padecen? ¿En qué momento exacto? ¿Qué se obtiene al formar parte de la telaraña de la opresión colonial y qué se pierde al ser su objeto? ¿Qué relación estrictamente económica, en la cual se unen el acceso (o privacíón), a propósito de algún tipo de poder o beneficio, y la pertenencia a una determinada “raza” o grupo previamente colonizado? ¿Cuál es la dificultad de apreciar, o captar, o enfrentar esa “cosa” que -en no pocos casos- ni siquiera se oculta? ¿Hasta dónde alcanzan sus impactos, consecuencias, derivaciones? ¿Cómo es posible ver y no reaccionar, actuar como si la violencia fuese una broma o una práctica aceptable? ¿Acaso debo considerar que las bebés primates ocupan el lugar o representan, según alguna semiótica torcida, a la muñeca negra ausente? ¿La blanca, la mona, la negra? ¿La negra mona? ¿La negra mona?
Si la cadena de preguntas que da cuerpo al párrafo anterior pide razonar la estructura íntima del acto colonial, el cuestionamiento se detiene antes de esa frontera de abismo en la que toca averiguar -como quien se observa en el espejo– si acaso nos consideramos libres e incontaminados por cualquiera de sus rasgos. La búsqueda de respuestas y los deseos de ir al encuentro de las verdades más radicales sobre nosotros mismos, abarca el absoluto de la existencia: lenguaje, conducta, memoria, pasado, familia, amigos, barrio, trabajo, escuela, relaciones íntimas, gustos en el consumo cultural, valores que se rechazan o reivindican.
La pregunta cuya energía es la justicia es aquella que encarna en el ejercicio permanente del pensamiento crítico, dirigido -en sus múltiples escalas– a la realidad que nos rodea y a nosotros mismos.
Las respuestas, elaboradas desde este posicionamiento, entregan y piden solidaridad, apoyo, comprensión, reparación, diálogo, ayuda, obra común, obra total, transformación interior y de las estructuras, del ámbito personal y del planeta entero, de las escalas más pedestres o cotidianas de la comunicación lo mismo que de las lazos o tensiones geopolíticas.
Igualdad efectiva: sueño / Igualdad efectiva: realidad.
-caramba, tengo que responder a mi amigo-.
VICTOR FOWLER