De sueños y certezas | Por: Carola Chávez

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De sueños y certezas | Por: Carola Chávez

Más o menos en la misma época, hace cuarenta años, dos países enormes, distantes, antagónicos, definían su rumbo. Como una jugada teatral de la historia, una historia acelerada que nos permitió ver cómo se pisa firme y cómo se pisa en falso.

Yo era una muchacha recién salida de bachillerato cuando un Ronald Reagan hollywoodense, sobreactuado, junto a Margaret Thatcher, seca, bañada en laca, nos vendieron una nueva visión del mundo, una vaina arrechísima, la felicidad en cajitas: el neoliberalismo.

Aquello, decían, era la solución de todos los problemas de la humanidad, porque resulta que todos los problemas de la humanidad era uno solo: el Estado y esas leyes que pretendían interponerse entre la insaciable sed de ganancia de las corporaciones y la torta de la riqueza.

Ese desperdicio del gasto social para cubrir las necesidades básicas de la gente como la salud, la educación, vivienda, salarios más o menos decentones… Eso era lo que tenía al mundo echado a perder, nos dijeron. La solución era «liberar la economía», dejar que el mercado se regulara solo, con su mano invisible. Que los ricos se hicieran asquerosamente ricos y, cuando eso pasara, su riqueza gotearía hacia abajo, hacia los pobres, que podríamos entonces pagar nuestras necesidades básicas y otras cositas, así todos seríamos felices para siempre.

Mientras nos contaban eso, nos decían que lo contrario a estas ideas fascinantes y novedosas era lo que pasaba en China, un país comunista malvado y arruinado que solo sabía hacer piñatería, arroz especial y lumpias. Y no preguntes más porque te monto un Tiananmen.

Y así transcurrieron los años, y vivimos en carne propia la oferta engañosa del goteo. Vimos cómo ese mercado se reguló solo para acumular riqueza, sin dejar que se le escapara ni una gotica.

Aquello que caería fue capturado por la codicia criminal, que es la base misma del capitalismo. La ausencia del Estado nos trajo locuras como la privatización del agua de lluvia, la privatización de la luz del sol, de las pensiones… La propiedad privada resultó que solo era privada para los ricos. Para los pobres hipotecados de siempre la propiedad es de los bancos.

Los bancos se convirtieron en monstruos más perversos de lo que ya eran. Las leyes les dieron a las corporaciones carácter de persona y descubrimos inmediatamente que todas eran psicópatas. Pirañas psicópatas que empezaron a devorarse unas a otras, las más grandes a las más pequeñas, a las más medianas, a las no tan grandes; convirtiéndose, las más voraces, en conglomerados gigantes, perversos, que acapararon todas las actividades financieras y empresariales bajo un mismo y sonriente logotipo corporativo.

Aquellas frases bonitas y grandilocuentes de «un gobierno de la gente, por la gente, para la gente», aquella maravilla del «Estado de Bienestar», aquel desarrollo con el que nos encandilaban los gringos y europeos a los países que saqueaban para poder sostenerlo, fue desmontado gota a gota, con un sistema de goteo a la inversa, que en 2008 se volvió tsunami, cuando se derrumbó la mentira, cuando el saqueo quedó expuesto y los bancos saqueadores fueron «rescatados» con dinero público amputando dolorosamente lo último que quedaba de protección social.

Nosotros en Latinoamérica, nosotros en el Sur Global, jamás estuvimos en esos planes fabulosos, en esos sueños de desarrollo. A nosotros nos tocaba, como siempre, ser los conejillos de indias exprimidos, la tierra saqueada, la mina. Para nosotros nunca hubo promesas bonitas, sino las tradicionales amenazas y castigos sangrientos con cínicas sonrisas Colgate y el clásico «lo hacemos por tu bien». Para nosotros no hubo sorpresas.

Las hubo, sí, para los pueblos gringos y europeos que, pobrecitos, se creyeron que eran distintos a nosotros, que eran más, mejores, en fin, civilizados.

A ellos les cayó el goteo a la inversa, despacito, y se fueron secando sin darse cuenta porque el agotamiento del trabajo excesivo, de la carrera imposible al éxito. Eso o eres un perdedor, la angustia de no serlo, la culpa, no les dejó ver que los estaban desvalijando, que sus sueños no existían, que todo era un ardid publicitario. Que se callen, que no se quejen, que, aquí hay un estado fuerte para reprimirlos, entonces sí, con un aparato de «seguridad» para proteger los intereses del capital acumulado por el 1% de súper billonarios que nos eligió como gobernantes, ¡viva el lobby y la libertad!

Que se callen, que se atonten, que no piensen, que somos the best country of the world. ¿Qué no puedes pagar la universidad? ¿Qué no puedes pagar tu insulina? Join the Army y ve a matar inocentes en Afganistán, en Iraq, en Libia, Sudan… Tenemos un amplio catálogo de muerte para ti. ¿Qué estás estresadito porque hiciste cosas horribles en la guerra? Toma tu heroína, toma tu fentanilo.

San Francisco, Philadelphia, Pittsburg, Detroit, ciudades esplendorosas, vitrinas del sueño americano, convertidas en escenarios reales de The Walking Dead. Nueva York un criadero de ratas art deco, un metro de hojalata donde los locos empujan a los cuerdos a los rieles, y los desesperados desean que les toque a ellos el empujón. Y una vez al año la ilusión y la burla del Met Gala, los ricos y sus obras benéficas que tampoco gotean.

Europa lo mismo: derritiéndose en su soberbia, convertida, no en el patio trasero de los Estados Unidos, sino en su basurero. Basura coronada pretendiendo brillar con las (dudosas) glorias de antaño. La cuna de la civilización occidental convertida en su propia tumba

A todas estas, China calladita. Durante estos años en los que las potencias occidentales sucumbieron embobadas al desmantelamiento neoliberal, China hizo lo contrario. Un estado fuerte dirigió el desarrollo de un país que tenía casi todo por hacer y lo hizo.

Sin alborotos, ni aspavientos, China se levantaba surcada de líneas de trenes de alta velocidad, de autopistas, de puentes imposibles. Sembrada de industrias, de ciudades futuristas y vivibles, de campos ya no remotos y olvidados, de escuelas, universidades… China a la vanguardia de la ciencia y la tecnología puestas al servicio de lo humano. China modernísima sin dejar atrás su esencia, su cultura. Un país para la vida.

Un día, hace poco, inevitablemente tuvimos que verla, era imposible no notar su enorme presencia. China convertida en superpotencia pero con un planteamiento distinto. No el de matón del barrio que han sido los Estados Unidos y sus secuaces de Europa, sino de socio, de hermano, incluso de maestro, porque China tiene algunas cosas que nos puede enseñar.

En estos cuarenta años la destrucción que produjo el neoliberalismo en occidente es inversamente proporcional al desarrollo espectacular que logró el modelo chino. Mientras los Estados Unidos y Europa se dedicaron a la destrucción, la guerra y el saqueo de los recursos, incluso de sus propios pueblos, China se enfocó en planificar, construir, desarrollar un sistema de justicia social que desnuda la mentira de la mano invisible y el goteo (imposible) que nos contaron por estos lados, allá en los años 80, cuando yo era una chamita.

Y así, el tiempo siempre le da la razón a la verdad y la verdad es que el Sueño Americano es una ilusión, es la zanahoria frente a tu nariz que nunca vas alcanzar, la rara excepción, la mentira del millonario que empezó en el garaje, es un estado de suspensión que permite que unos pocos nos destruyan la vida a todos… En fin, el Sueño Americano es una pesadilla.

Por otra parte, la verdad es que China, que no vende sueños, se muestra y nos muestra que ese otro mundo distinto, justo, de cooperación, de destino compartido, que muchos imaginamos. Ese mundo por el que tantos luchamos, esas ideas que defendemos y que China nos muestra hoy como una realidad viva, pujante, posible para todos. No somos comeflores, ni estábamos equivocados: China no es un sueño. China es la certeza y hacia esa certeza vamos.

 

CAROLA CHÁVEZ

@tongorocho


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