El mito de ser la primera democracia del mundo ya estaba bastante desacreditado. Por más que el discurso hegemónico en medios de comunicación, predios académicos y foros políticos, haya hecho esfuerzos enormes por mantenerlo, las costuras se veían por todas partes.
La primera campanada sonó en el año 2000, cuando el entonces candidato George W. Bush derrotó al demócrata Al Gore. Todo transcurrió en unos comicios tan polémicos como ajustados. De hecho, los Estados Unidos estuvieron 35 días en una especie de limbo continuado, sin presidente electo. Algo realmente insólito. Luego de un apretado recuento, el estado de la Florida terminó dando la victoria a Bush junior. Ello a pesar de que en el voto popular Gore se había impuesto con más de medio millón de votos. Todavía más insólito.
Pero en 2016 fue aún peor, el inefable Donald Trump, asumió la presidencia tras «derrotar» a la también demócrata, Hillary Clinton, con mayoría sólo en el voto de los Colegios Electorales. Sin embargo, la candidata le había sacado al magnate una diferencia amplia de casi 3 millones de votos.
Sistema arcaico
El vetusto sistema electoral norteamericano es tan anacrónico, como excluyente. El voto no es universal y directo, sino que está mediatizado por unos Consejos Electorales de dudosa neutralidad. Por lo tanto, la regla de oro de que la soberanía reside en el pueblo, quien la ejerce a través del voto, sin cortapisas, no pasa de ser un saludo a la bandera (de las barras y las estrellas).
Y lejos de mejorar, la situación se agrava cada vez más. El ejemplo más reciente e increíble, ha sido esta nueva contienda entre Trump y el candidato demócrata, Joe Biden. Las elecciones fueron el martes 03 de noviembre, pero pasan los días y no hay un presidente electo.
Mientras Trump grita como desaforado que le han hecho fraude, Biden también se proclama ganador. El mundo contempla con estupor cómo se dirimen las diferencias políticas en la democracia «más avanzada del mundo». Como dicen por ahí: una cosa de locos. EE.UU luce como un país totalmente acéfalo.
La cacareada división de poderes también brilla por su ausencia. En estos días nebulosos, ni el poder electoral, ni el poder judicial de ese país, han hecho algún pronunciamiento contundente. Un ensoberbecido y desorbitado Trump daba una especie de alocución, para denunciar un fraude sin pruebas. Y las principales cadenas televisivas, literalmente, lo sacaron de la pantalla.
La prensa mundial se mueve en un terreno fértil para todo tipo de especulaciones y proyecciones. Las redes sociales explotan con memes y vídeos de burla en uno y otro sentido. Pero nadie sabe quién ha ganado.
Quizás si la «primera democracia» del mundo se hubiera preocupado por automatizar su sistema electoral, se pudieran computar más rápido los resultados. Sin embargo, su diseño político está de espaldas a las nuevas tecnologías. Parece que se manejaran con un ábaco para totalizar los votos. Con semejante «técnica» no sorprende que un recuento pueda durar más de un mes en el «primer país del primer mundo».
Paramilitarismo de calle
Como dicen esos largos infomerciales de TV: hay más, aún hay más. Grupos paramilitares simpatizantes de Trump, armados hasta los dientes, se pavonean por calles y avenidas de algunas ciudades. Están prestos a un chasquido del gran capo, para abrir fuego.
Nunca como ahora el riesgo de una guerra civil a lo interno de la sociedad norteamericana ha estado tan presente. Trump rabioso y desaforado asegura que le cometieron fraude y su rival dice que ganó. Como se ve la mesa está servida con mantel y cubiertos de oro, para una guerra fratricida.
Y pensar que estos señores se dan el tupé de bendecir o no resultados electorales en el resto del mundo. Allá en EE.UU., no hay observación internacional. No hay una OEA levantando informes fraudulentos. Las propias cúpulas políticas se ha encargado de destruirlo todo. Hoy más que nunca al referirse a Washington, cabe la pregunta: ¿Cuál democracia?, más bien suenan tambores de guerra.