Hace 4 años mataron a Orlando Figuera, ese muchacho que la oposición de las guarimbas quemó por ser negro y parecer chavista.
Hasta ese momento el país tenía una idea muy corta de la dimensión del odio de la extrema derecha que no vaciló en prenderle candela a un inocente que pagó con su vida una barbaridad de la que solo se especulaba.
Gracias a la grabación desde una azotea, Orlando sobrevivió al menos al escarmiento de la manipulación mediática y política; esa que quiso despachar la atrocidad con la excusa tolerable de que habían linchado a un delincuente.
Creyeron que con aquella versión se iba a suavizar la indignación en un país atormentado desde hace mucho tiempo por el flagelo de la inseguridad.
Orlando Figuera es una de esas víctimas incómodas para la narrativa heroica de La Resistencia opositora. Aquel muchacho de 22 años, al que desnudaron y apuñalaron incluso después de haberle quemado, desnudó al mismo tiempo a una tropa política que en vez de vocación “libertaria”, tenían una trama criminal de venganza.
Asesinos en el Reino de la Impunidad
Sus asesinos, muy valientes para matarle, huyeron luego de forma cobarde. Uno de los imputados en el crimen se llama Enzo Franchini y está radicado y protegido en España por una justicia a la que no le interesa el derecho sino servir a la causa de derrocar al gobierno venezolano.
Las imágenes de Orlando prendido en fuego son dolorosas. Incluso escribirlo cuesta. Y eso pasa porque la impunidad de sus asesinos duele a su familia y al país.
Causa una conmoción increíble que hayamos tenido que conocer al fascismo en esa dimensión tan cruda, y que el odio político del antichavismo no solo tenga impunidad jurídica sino también narrativa, omitiendo, desestimando o rebajando la gravedad del episodio con malabares de eufemismo para convencerse a sí mismos de que su barbarie es solo un error colateral que a veces pasa.