Blas Perozo Naveda, el poeta acorazado | Por: León Magno Montiel

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El corazón de Blas Perozo, se lo disputaron como suyo los falconianos y zulianos por igual.

Todos sabíamos que el poeta irreverente había nacido en el noviembre de lluvias memorables de 1943, y que tenía profundas raíces en la ardiente Guacuira, con un alto afecto por la península de Paraguaná, la capital de su imaginario poético. De la península, esa cantera de los vientos marinos, llegó a conocer cada recodo, cada cruce de caminos, su piel árida milenaria, sus noches de amor. En una ocasión la recorrió con el fotógrafo Audio Cepeda y la hizo libro.

En su obra madura, la ciudad que reinó, fue Maracaibo, con su castellano dialectal, su maracuchismo leninismo (como él lo definió), su universidad centenaria.

Perozo Naveda nos enseñó que se podía crear poesía de alto vuelo diciendo: «Vos sois»:

«Yo digo y acuso
a los intelectuales de derecha y de izquierda
de mi ciudad
unos porque tienen miedo a decir vos
que te caés del tarantín
acordate María de Acapulco».

Durante las décadas de los 80 y 90, Blas fue el faro de mayor lumbre en su Maracaibo City, brilló intensamente en la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia (LUZ), dictaba la cátedra de Literatura Latinoamericana. Fue un hombre de posiciones intelectuales atrevidas, osadas, defendidas con fiereza. Se hicieron célebres los debates con su colega profesor Cósimo Mandrillo, con quien, en el nuevo milenio, se sentó a su lado en actitud de reconciliación, fue el Teatro Baralt.

Yo conocí a Blas Perozo en la Escuela de Comunicación Social de LUZ donde impartía la cátedra de morfosintaxis, era severo, temido y riguroso. En ese tiempo, compartió con los monstruos sagrados del periodismo en el Zulia: Sergio Antillano, Xiomira Villasmil, Ignacio de la Cruz, entre otros grandes.

En el Teatro Baralt lo vi leer uno de sus versos, en medio de un concierto del grupo Texere liderado por Yolanda Delgado. Entró a escena trajeado de azul, con su melena plateada, hirsuta, y con voz firme dijo: «Bolívar, a pie o a caballo: es el padre».

Tuvo el aval de ser Doctor en Letras Hispánicas de la Universidad La Sorbona de París, grado que obtuvo en 1979. Lo celebró en el Barrio Latino de la capital francesa junto a su fraternal compañero Cheo González, que también hacía su postgrado. Años después, vi a Blas llorar la muerte de Cheo y su amada esposa en la iglesia San Alfonso, los lloró a mares, a lágrima viva, con alaridos de dolor. La pareja de intelectuales fueron sorprendidos por la muerte en una carretera del oriente del país en 2011.

Por esos años, ya jubilado de LUZ regresó a París, entró por el aeropuerto de Orly, allí tomó una buseta que lo llevó a su hotel. En el trayecto comprobó que aún hablaba el francés con fluidez, y fue feliz como en sus mejores días de estudiante.

Blas poeta, catedrático, maestro de la palabra, sorprendía con su crónicas en «El rollo que no cesa» en el diario Panorama, allí dejó su legado periodístico. Ganó premios nacionales, municipales, altas distinciones. Pero sobre todo, se ganó el reconocimiento de sus alumnos y sus lectores. Cultivó una gran amistad con el poeta trujillano Ramón Palomares, compartieron muchas veladas.

Yo tuve el honor de hacer radio con él, fue en la emisora Catatumbo 99.1FM señal de zulianidad. Blas realizaba el programa junto al periodista Alexis Blanco y a su bella hija Valentina Perozo, periodista y cantora. Una vez más afloró en cada emisión su genialidad, su arte para en buen decir. En esa etapa de vida, consolidamos nuestra amistad, rodeados de grandes talentos: Wenceslao Moreno, Mariana Ferrer Mello, Doris Salas, Darvin Romero Montiel, Yolanda Delgado y sus doblemente colegas y paisanos, los hermanos Colina, Gustavo e Israel. Gustavo ocurrente y jovial lo llamaba «BlasPirozo» por la flama de su verbo, cual pira.

Cuando uno está al frente de gente tan vital como Blas, piensa que ese ser es inmortal, que nunca va a desaparecer. Y ciertamente, él era un duende lleno de vida, poesía, ironía, sarcasmos, enseñanzas. era un relámpago de ideas. Buen catador de café, devorador de libros, altivo orador.

Lo despedimos el lunes 13 de julio 2020, un año aciago y difícil. Se marchó el viandante risueño, no se pudo despedir de su universidad amada, ni de La Vereda del Lago que recorría cada mañana. Se fue a lo eterno, a ese reino de la memoria sin anuncio previo.

Gracias poeta acorazado Blas, gracias por su blá, blá blá genial. Gracias por darle tu vida a esta ciudad, querido Blas.

León Magno Montiel

[email protected]

 

 

 

 


Las redes sociales hablaron sobre este poeta venezolano:

 

 


 

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