EE.UU. quiere volver a liderar el tema del clima en el mundo, pero sobre este tema tiene muy mala reputación. La nación estadounidense es el segundo emisor de gases invernadero y al mismo tiempo un país no muy consecuente con los pactos que suscribe.
Este jueves Washington fue la sede de la cumbre virtual de Líderes sobre el Clima, jornada en la que Joe Biden instó a sus colegas a tomar decisiones para “evitar peores consecuencias sobre la crisis climática”.
El mandatario estadounidense remarcó que esta década es decisiva para salvar al planeta.
Biden adelantó que su país se comprometería a reducir a la mitad las emisiones de gas invernadero para el año 2030, y según bajar éstas a cero en 2050, una fecha en la que improbablemente pudiera estar vivo para que alguien le reproche otra potencial promesa incumplida.
Como si en realidad le preocupara el ambiente, el inquilino de La Casa Blanca fue tajante al decir que “el precio de la inacción sigue creciendo” y que según su país no se quedará de brazos cruzados.
Palabra de valor dudoso
Esta determinación es una promesa frágil de Washington, cuyas posturas pueden cambiar como cambian de presidentes, y esto no es una especulación, porque ya sucedió con Donald Trump, quien ha prometido estar de vuelta en 2024.
La tradición internacional de los EE.UU. es que se considera realmente excepcional como para cumplir compromisos internacionales. No lo hace en la mayoría de los demás acuerdos multilaterales, por lo que existe la sospecha bien fundada de que no es seguro que lo vaya a hacer ahora.
Si bien la palabra de Washington es una garantía dudosa, al menos usan argumentos razonables para parecer confiables todavía. Biden reiteró que el esfuerzo global debe combinarse para que al menos se mantenga la meta de calentamiento global de 1.5 grados por encima de los niveles preindustriales.
