El presidente de los EE.UU. Joe Biden vuelve a meter más tensión en las relaciones con Rusia. Este miércoles aseguró que Putin intervino en las elecciones presidenciales de 2020 y adelantó que “El precio que va a pagar, van a verlo”.
La afirmación del mandatario viene a engordar la recia obsesión norteamericana de masticar conspiraciones fabulosas desde El Kremlin, en donde no habrían dejado de ser “villanos” una vez que dejaron de ser comunistas.
Según los organismos de inteligencia de los EE.UU. el Presidente Putin ordenó personalmente una campaña de descrédito contra el entonces candidato demócrata Joe Biden y habría apoyado a Trump durante las elecciones presidenciales de 2020.
Los demócratas pretenderían con ello contrarrestar la propaganda del fraude alimentada por Trump; y crear su propia teoría de conspiración internacional superada airosamente por un partido más patriótico que el otro.
La respuesta de Moscú
Desde Rusia han despachado las acusaciones de Biden como un nuevo episodio de la fobia antirusa que ya es tradición en la política exterior estadounidense y un mito con el que se entretienen los políticos demócratas desde 2016.
Acostumbrados a estos refritos, Moscú expresó que se trata de un pretexto para introducir nuevas sanciones contra su país; y al mismo una maniobra con la que buscan esquivar responsabilidades internas.
El impulso incontrolado de los demócratas por acusar a los rusos de sus problemas internos parece revelar uno de esos rasgos superficiales que lo distinguen de los republicanos, quienes hicieron de los chinos durante la era de Trump sus enemigos favoritos.
Esta acusación de Biden recuerda a la que hicieran Pelosi y Hillary Clinton señalando a Rusia de estar detrás del asalto al Capitolio. Con ello pretendieron instalar en el imaginario estadounidense que Putin era la “mente siniestra” y que Trump fue un agente de los intereses de Moscú.
Injerencia «buena» Made in USA
Al mismo tiempo las acusaciones de Biden revelan el doble rasero estadounidense. Acusan y amenazan con hacer pagar a Rusia por intervenir en sus elecciones; pero al mismo tiempo La Casa Blanca opina sobre la política interna de ese país y ordena a Rusia cómo debe tratar a sus agitadores, como es el caso de Navalny; pretendiendo así que Moscú se deje desestabilizar por un reconocido agente al servicio de occidente.
Igual hacen con Venezuela. Intervienen en los asuntos internos, apoyan invasiones mercenarias y promueven boicot a las elecciones; aplican “sanciones” exigen “cambio de régimen” sin que se sientan tocados por alguna contradicción que les haga pensar por un instante que cuándo se va a ver “que les hagan pagar por ello”.