A lo largo de la historia de la humanidad han ocurrido múltiples conflictos que han demostrado el uso de agentes biológicos para agredir, neutralizar o matar al enemigo. Su uso como armas no es nuevo, ya fueron empleadas antes del siglo XX en diversas ocasiones.
Sin embargo, en siglos recientes se han utilizado de manera ilegítima (o se amenaza con usar), microorganismos o toxinas obtenidas de organismos vivos para provocar enfermedades o muerte en seres humanos, animales o plantas con el objetivo de intimidar a gobiernos o sociedades para alcanzar objetivos ideológicos, religiosos o políticos. A este acto se le conoce como bioterrorismo.
Así, los atentados bioterroristas y la “guerra biológica” tienen en común el uso de las denominadas armas biológicas, armas de destrucción masiva no convencionales que basan su potencialidad en la capacidad de infectar y causar enfermedades mediante el empleo de microorganismos o toxinas derivadas de ellos.
Los agentes biológicos son mucho más letales que los químicos porque:
- Suelen ser difíciles de diagnosticar, ya que no se presentan de manera natural.
- Tienen cuadros clínicos similares a los causados por otras enfermedades.
- Requieren un período de incubación (que puede ser de 24 horas a 6 semanas) para que causen efecto.
Además, se caracterizan por ser económicas y fáciles de adquirir. Estos agentes pueden extraerse en ocasiones de la tierra o de los animales domésticos e incluso adquirirse en el comercio. Son fáciles de cultivar, almacenar y transportar, aunque no actúan repentinamente como otras armas de destrucción. Causan un impacto inmediato menor, son imprevisibles, difíciles de detectar y sus efectos contaminantes son muy duraderos.
Las armas biológicas cuentan con unas particularidades que la distinguen de las armas convencionales. Respecto al impacto, su capacidad rápida y fácil de diseminación pueden causar importantes problemas a la salud pública en una ciudad, región o país, tanto en términos de magnitud (número de enfermos) como de trascendencia (número de muertos), es decir, es altamente contagiosa, por lo que fácilmente pueden rebasar la capacidad de atención de los servicios de salud, causando con ello un gran pánico social y hasta desestabilizar un país. Además, requeriría de grandes recursos para combatirla.
El uso de agentes biológicos como armas agrega un peligro aún mayor a la lucha contra las enfermedades, ya que si es complicado combatir las que se producen de forma natural, más difícil es luchar contra los agentes biológicos que se diseminan intencionalmente, lo que trae consigo una variación en el comportamiento del agente en el organismo, pues penetra por distinta vía a la que por lo normal lo hace, lo que ocasiona a su vez que sea mucho más agresivo en sus efectos, se dificulte el diagnóstico, disminuya la eficacia del tratamiento o finalmente no sea efectivo.
El desarrollo de las armas biológicas ha ido a la par con la evolución de los conocimientos y la tecnología del momento. Su utilización más antigua en la guerra se remonta a unos 3.500 a.C., cuando los hititas utilizaban la tularemia (enfermedad infecciosa potencialmente grave causada por la bacteria Francisella tularensis) como arma biológica, al introducir ovejas infectadas en los campamentos enemigos.
Durante la Primera Guerra Mundial, los alemanes utilizaron ántrax y muermo para infectar caballos y mulas del ejército de EE.UU. y sus aliados.
En 1931 Japón usó armas químicas en su invasión a Manchuria, se creó «la unidad 731» del ejército japonés, una unidad de guerra bacteriológica que realizó experimentos con humanos y la producción, experimentación y uso de armas biológicas. Más de 3.000 personas murieron en esa unidad y experimentaron con al menos 93 soviéticos, incluyendo prisioneros de guerra y civiles durante la Segunda Guerra Mundial.
Asimismo, la ciencia soviética trabajó con una gran variedad de virus durante la Guerra Fría, con el fin de militarizar enfermedades de origen natural tales como la viruela y el ébola.
En el siglo XX, con el crecimiento en el estudio de la bacteriología, se comenzó a investigar para la creación de armas biológicas, ejemplo de ello son las famosas instalaciones de Fort Detrick en EE.UU. y Biopreparat en Rusia.
EE.UU. y las armas biológicas
El líder de la revolución cubana, Fidel Castro, fue víctima de más de 900 atentados del gobierno de EE.UU. En 1962, un químico de la CIA, Sidney Gottlieb, se dedicó a contaminar un traje de buceo que supuestamente sería utilizado por Fidel. El equipo fue infectado con la bacteria de la tuberculosis y con el hongo llamado “pie maduro” que provoca la muerte bajo una necropsia que va descomponiendo en vida los tejidos de la víctima hasta hacerla fallecer bajo agonía.
Una segunda acción fallida fue la de expandir un tipo de droga en un estudio de la televisión donde participaría Fidel Castro, con el fin de provocarle la desorganización de la conducta ante el público.
Otros ataques biológicos consistieron en aplicarle al expresidente cubano una sustancia para hacerle perder su tradicional barba. Adicionalmente, están los intentos por hacerle llegar tabacos contaminados con una mortal bacteria y envenenarlo con unas pastillas de cianuro expresamente fabricadas para no dejar rastros.
El pueblo cubano también fue víctima de ataques bacteriológicos entre los que destacan el Plan Mangosta diseñado por la CIA que se hizo público años después y que una de las misiones consistía en “destruir las cosechas con armas biológicas o químicas, y cambiar al régimen antes de las próximas elecciones en noviembre de 1962”. Poco después de anunciado este plan, la agricultura cubana se contaminó con el virus patógeno New castle, que eliminó a casi toda la población avícola.
Además, la introducción de la fiebre porcina africana en el año 1971 constituye una de las agresiones biológicas más severas del gobierno de EE.UU. contra Cuba. Este ataque produjo la muerte masiva de animales ya que se propagaba a un ritmo sorprendente. Para controlar la situación fue necesario sacrificar medio millón de cerdos. Las pérdidas económicas que ocasionó la introducción de este virus fueron millonarias.
En el año 1981, Fidel denunció que entre el período de 1979 y 1981, EE.UU. había introducido 5 plagas o enfermedades, entre las que volvió a mencionar la fiebre porcina.
En el mismo año, Fidel Castro acusó a la CIA de ser la responsable de un brote de dengue hemorrágico en Cuba que cobró la vida de 188 personas, incluyendo 88 niños. Siete años después, un cubano en el exilio admitió haber transportado «algunos gérmenes» a Cuba en 1980.
El mayor ataque bioterrorista en la historia de los EE.UU. sucedió en 1984 en The Dalles, Oregon, donde un grupo de seguidores extremistas de Bhagwan Shree Rajneesh (conocido como Osho) contaminó el bufé de ensaladas de 10 restaurantes con el patógeno de la salmonelosis, Salmonella thyphimurium, con el objetivo de incapacitar a la población de votantes de la ciudad para que sus propios candidatos ganaran las elecciones del condado de Wasco. Un total de 751 personas contrajeron la enfermedad y varios de ellos fueron hospitalizados aunque no hubo víctimas mortales.
En 1985, el primer brote de dengue hemorrágico azotó a Managua, Nicaragua. Esta enfermedad apareció poco después del aumento de misiones aéreas estadounidenses de reconocimiento. Como consecuencia, casi la mitad de la población de la ciudad (50.000 personas) fue víctima de la enfermedad y docenas de muertes se registraron. Ocurrió en el momento más álgido de la guerra contra el gobierno sandinista.
En 1996, el gobierno de Cuba acusó nuevamente a EE.UU, en esta ocasión por la presencia de un insecto que destruye los cultivos de papa, palmeras y otras plantas; esto ocurrió poco después de que vuelos rasantes de aviones fumigadores de EE.UU. sobrevolaran la isla.
Varios laboratorios de la CIA y del Departamento de Defensa de los EE.UU. han dedicado, desde hace décadas, grandes recursos al bioterrorismo y, en particular, a la búsqueda de inoculación de enfermedades como el cáncer y otros tipos de virus o bacterias, capaces de causar daño masivo sobre personas específicas, fuerzas militares y ciudadanos comunes.
Específicamente en lo que respecta al cáncer, desde 1975, se ha empleado la instalación de Fuerte Detrick, donde funciona una sección especial dentro del Departamento Virus del Centro para la Investigación de Guerra Biológica, conocida como Instalaciones Fredrick para la Investigación del Cáncer, supervisada por el Departamento de Defensa, la CIA y el Instituto Nacional del Cáncer. Las investigaciones ultra secretas, están encaminadas a desarrollar un programa especial de virus del cáncer, agresivo y letal, identificado como virus humano de la célula T de leucemia (HTLV).
«A lo largo de más de cuatro décadas, estos laboratorios han centrado su trabajo en lograr
mecanismos para elaborar de forma artificial células malignas o cancerígenas, invasivas y capaces de propagarse en el organismo desarrollando una metástasis incontenible, de esta forma las enfermedades cancerígenas serían capaces de inhibir cualquier defensa ante su ataque al organismo humano, al diseminarse a través de la sangre o de la linfa, después de inocularse en el mismo por diversas vías», como refiere el artículo «La guerra biológica: un desafío para la humanidad», de María Benitez y colaboradores.
Igualmente, EE.UU. cuenta con un programa basado en biosensores en desarrollo por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa, DARPA (US Defence Advance Research Project Agency) que persigue disponer de «un laboratorio en un chip» con el objeto de permitir la detección temprana de agentes biológicos en el ambiente.
¿Guerras biológicas en el siglo XXI?
En 2004, ocurre la extraña muerte del primer presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat y se presumió que el Mossad (agencia de inteligencia israelí) le haya administrado un tóxico para provocar su deceso.
Al momento de su fallecimiento, sin realizarle autopsia, se informó que el líder palestino había muerto de un derrame cerebral. Posteriormente, el diagnóstico fue cuestionado por su familia por lo que se hizo la exhumación del cuerpo en el año 2012. En esta ocasión se encontró en fragmentos de material óseo un alto nivel letal de polonio 210, un compuesto radiactivo y altamente tóxico. De esta forma se concluyó que la causa de la muerte fue por envenenamiento.
Arafat significaba un desafío para Israel por ser identificado a nivel mundial como líder político del pueblo palestino. Este es uno de los varios elementos que apuntaron a la voluntad de asesinarlo “silenciosamente”.
En el año 2011, el líder de la revolución venezolana, Hugo Chávez, mencionó públicamente otros datos que demuestran que EE.UU. ha utilizado a lo largo de su historia el asesinato como política de Estado.
En esa oportunidad, manifestó sentirse extrañado por el cáncer que padecieron varios mandatarios de América Latina en períodos similares, al referirse a los presidentes de izquierda Fernando Lugo, Dilma Rousseff, Ignacio Lula Da Silva, Cristina Kirchner y su propia persona. En ese momento Chávez no descartó que esa enfermedad haya sido provocada y pidió que se investigara su hipótesis.
Actualmente, la humanidad se enfrenta a un gran desafío por la amenaza inminente del nuevo coronavirus. ¿Es el covid-19 un arma de destrucción masiva no convencional producto de una guerra biológica?, ¿es un virus natural exento de manipulación de laboratorios? Son diversas las hipótesis que actualmente surgen.
El desarrollo de los arsenales biológicos de varios países ha sido enorme. Hasta nuestros días existen más de 1.200 tipos de agentes biológicos, también conocidas como armas bacteriológicas, que no sólo provocan enfermedades y la muerte, sino que constituyen una amenaza para la contaminación del ambiente por lo que se considera como el arma más destructiva conocida para la humanidad.