Un año sin el D10S más humano: Maradona

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Aquel 25 de noviembre no había otra noticia, Maradona había muerto. Todas las primeras planas se llenaron con su rostro y su dorsal. De nuevo, El Diego, fue noticia mundial como en el 86. Se convirtió para siempre en D10S.

Idolatrado por muchos y detestado por otros, en el andar de «El Pelusa» había un camino lleno de flores e insultos, pero él seguía sin pausa hasta su meta, la gloria. Honró a su padre y a su madre, hermano de muchos, paradigma de otros.

Como todo un Dios, estuvo rodeado de divinidades en la cancha, se codeó con los mejores y superó a los que él admiraba. Como humano, tropezó frente a debilidades de la carne, de la fama, del dinero, de la soberbia. Pecó como cualquiera de nosotros en confiar en los que le rodearon y también fue traicionado por los que comieron en su mesa.

Por sus pecados fue crucificado, muerto y sepultado (y expulsado). También descendió y conoció de cerca a algunos infiernos; sin embargo, el Diego de la gente, se mantuvo firme, impoluto, incólume ante los constantes ataques y latigazos que recibió. Llevó corona de oro con el Nápoles y luego ellos mismos le colocaron la de espinas, conoció la balanza y al final encontró el equilibrio para convertirse en flama eterna, en grito desgarrado que bate el corazón.

Se forró con piel de zorro y con billetes, oro y mafias, todos querían una foto con él, para luego colocarla en alguna suerte de altar. Porque sí, a Maradona lo idolatran como el D10S que llegó a ser. Les guste o no, será un sempiterno referente del deporte.

«El 10» también se forró de pueblo, ese que lo blindó tantas veces y que cada vez que coreaba su nombre; aumentaban sus vidas de gato que poco a poco fueron agotándose. Diego tuvo tanta vida que cientos de vampiros quisieron arrebatársela mientras lo elevaban a las alturas, para dejarlo seco; pero el amor de la familia lo traía de nuevo a la tierra para darse una dosis de realidad y responsabilidad.

Zurda su patada, zurdo el corazón, a bordo de un tren en contra del imperialismo, abrazando luchas continentales. El «barrilete cósmico» continuó gambeteando a ingleses sin bajar por un segundo el puño apretado que sostenía a una nación completa; a un corazón inmenso del lado de los pobres, de los suyos, nunca de las élites que lo engañaron.

Jamás olvidó sus zapatos llenos de barro de aquel potrero de Villa Fiorito donde forjó la zurda que lo consagró como el D10S al que recordamos como aquel 25 de noviembre cuando finalmente, ascendió para mantenerse entre la constelación de los más grandes eternamente.

A un año de su cambio de paisaje, se pudiera agradecerle tanto fútbol que dejó, las pasiones que desató (y que aún desata), la humildad que lo hizo pedir perdón por sus errores, el ejemplo de ser buen amigo y la mística de su calidad humana, por ser un buen D10S. «Que este amor no se termine nunca«.

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