La guerra de clases se sigue visibilizando en el contexto de la pandemia. Negando a los gurú de la nueva era en la que el “crecimiento espiritual” individual, se convierte en la panacea para alcanzar la felicidad; la realidad contrasta.
La pandemia, creada o no creada (no es objetivo de descifrarlo en este escrito); no tomó a ricos y pobres por igual, ni llegó para que reflexionáramos como humanidad. Porque precisamente, no hablamos de una sola humanidad.
Las diferencias en el mundo están a la orden del día, pero más que ellas, las desigualdades que desorbitan la posibilidad de una vida digna y placentera para las grandes mayorías.
Según cifras recientes del Banco Mundial, una fuente que proviene del y sostiene al capitalismo, además de las cifras de muertes y los fracasos de los sistemas de salud privada (y la casi inexistencia de sistemas de salud pública); la pandemia ha traído consigo la expansión de los niveles de pobreza.
Más de 120 millones de personas han caído en este abismo; mientras los veinte multimillonarios con más riquezas del planeta, han aumentado las mismas entre 200% y 400%.
La pandemia no golpeó a todos por igual
El golpe a la economía mundial ya maltratada o maltratadora de miles de millones de habitantes en el planeta, trastocó los sistemas de reproducción de la sociedad. Tanto los niveles de consumo hasta las formas de trabajo formal e informal.
Sumado a esto, las imposiciones de confinamiento como vía masiva de prevención sin planes de sustento paralelos a esa realidad; no se cuenta en este universo a las masas de inmigrantes que trabajan en condiciones de “ilegalidad”.
En este contexto, el capital financiero y especulativo optó por el negocio del oro, golpeando así los precios ya en decadencia del petróleo como principal materia de intercambio y consumo mundial en un intento de sostener la economía por “caminos alternos”. Los afectados: las economías de los países mal llamados subdesarrollados o periféricos.
A partir de un informe del Banco Mundial a través de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en el período de un año, 120 millones de personas se suman a las cifras de pobreza del mundo, estimando esta realidad en el ingreso diario de 1,90 dólares por persona.
Por otra parte, se estima que la pandemia continúe durante el presente año a pesar de la existencia de varias vacunas. Un elemento más que indica la prioridad que da el sistema a la ganancia económica por encima de las vidas humanas; como diría Noam Chomsky “el beneficio es lo que cuenta”.
Este contexto trae a la luz una realidad: el quiebre de la economía mundial es una tendencia histórica que simplemente ha tenido momentos de rescates breves, en los cuales son los grandes multimillonarios del mundo los únicos beneficiados.
Urge un nuevo sistema mundial en el que las economías emergentes puedan avizorar modelos de producción que sustenten la vida de una manera digna para las sociedades humanas, pero que además prevea la escasez de recursos energéticos que exigen construir modelos alternativos en equilibrio con el planeta como una totalidad.