Perú busca nuevo canciller. La anterior, Elizabeth Astete, renunció este domingo porque reconoció que se inyectó la vacuna contra la covid-19 de la compañía china “Sinopharm”; un acto convertido en pecado en estos tiempos si primero no eres médico o población de alto riesgo.
La exfuncionaria del gobierno de Sagasti reconoció su error. Dijo creer ingenuamente que le inyectaban “un remanente del lote de vacunas a cargo de la Universidad Cayetano Heredia”; insinuando con ello que no lo hizo con afán de saltarse la fila ni tampoco por un deliberado acto de viveza.
En su misiva de renuncia mencionó que se aplicó el fármaco el 22 de enero “al haber estado en contacto con varios funcionarios que resultaron positivos”.
Si bien Astete dimite porque entiende que “nadie es imprescindible”, una de las razones que planteó para inyectarse es que era indispensable estar sana para desarrollar las negociaciones para la adquisición del antídoto.
Afirmó que “no podía darse el lujo de caer enferma” y más “si se tiene en cuenta que el vicecanciller Manuel Talavera estuvo ausente; primero por haber sido afectado por la pandemia; y luego por haber tenido que ser operado de la retina”.
Política pinchada
La cancillera es uno de los nombres develados en la trama de las “vacunas de cortesía” que se aplicaron en secreto varios funcionarios de gobierno antes de que el preparado chino fuera aprobado para su uso de emergencia.
En octubre el entonces presidente Martín Vizcarra y su esposa se la aplicaron y lo mantuvieron en secreto. Igual hizo Astete, quien se inyectó el antídoto sin mencionárselo al presidente Sagasti.
Este escándalo de las inyecciones en secreto de los funcionarios peruanos tiene literalmente pinchada a la política. La situación es una enorme desconsideración en un país en donde la gente común no tiene todavía la perspectiva de saber cuándo podrán tener el alivio de la inyección que otros se aplican como un inmerecido privilegio.
Por esta trama, renunciaron también la ministra y el viceministro de salud de Perú, cuyas renuncias el presidente aceptó. Mientras tanto, además del trabajo de bajarle el tono al escándalo, el mandatario transitorio debe buscar un nuevo canciller.