50 años del Congreso de Cabimas

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En los años sesenta y setenta del pasado siglo una paradoja descendía al mundo cultural: los principales escritores, artistas plásticos, teatreros, la mayoría del estudiantado adherían a la izquierda revolucionaria, mientras el gobierno exacerbaba el entreguismo, la represión callejera, el allanamiento de medios disidentes, el secuestro y desaparición de opositores. Los partidos de izquierda habían ganado la mayoría en el Congreso Nacional en 1960. El gobierno de Acción Democrática respondió ilegalizándolos y encarcelando a sus dirigentes. Ello no dejó otra opción para los progresistas que una desigual lucha armada en la cual sufrieron serios reveses. Guerrillas y manifestaciones fueron reprimidas a sangre y fuego; los disidentes, secuestrados en Teatros de Operaciones (TO), campos de concentración donde no regían ni Constitución ni leyes, no accedían jueces ni fiscales y eran torturados y desaparecidos activistas o sospechosos de serlo.

El 31 de octubre de 1969 el Presidente Rafael Caldera ordenó ocupar la Universidad Central de Venezuela con tanques y más de tres mil efectivos de cuerpos de seguridad; la despojó de la autonomía conferida por la Constitución de 1961 y destituyó al rector electo José María Bianco por no plegarse al desafuero.

Era hora de reflexionar y recapitular, reunir fuerzas y articular un programa revolucionario en un amplio encuentro de pensadores, artistas, campesinos, obreros y activistas sociales. El Congreso Cultural de Cabimas no fue un cónclave de dirigentes políticos, la mayoría de los cuales estaban en la clandestinidad, la prisión o el exilio. Tampoco fue patrocinado por una organización partidista específica. Surgió de la movilización espontánea de un grupo de intelectuales como Edmundo Aray, Juan Calzadilla, Carlos Contramaestre, Enrique Corao, Pedro Duno, Salvador Garmendia, Héctor Malavé Mata, Ángel Marqués, José Enrique Mieres, José Rafael Núñez Tenorio, Ramón Palomares, Eli Saúl Puchi, Alfonso Ramírez, Luis Cipriano Rodríguez y Víctor Valera Mora, quienes debieron improvisar apoyos y medios.

Como sede se eligió Cabimas, donde 48 años antes había comenzado la gran explotación petrolera con el pozo Barroso 2. Después de haber producido la riqueza que mantenía en movimiento al mundo y al país, era un pueblo sumido en la indigencia, con calles de tierra y servicios públicos deficientes. Se envió la convocatoria para el 4, 5 y 6 de diciembre de 1970 a todos los medios de comunicación. Apenas Últimas Noticias la publicó. De resto, fue difundida por medios informales.

Acudió millar y medio de intelectuales, artistas y activistas sociales, movilizándose en autobuses, carritos por puestos, vehículos individuales. Manejé casi un día desde Caracas en un compacto Valiant, acompañado de la actriz Perla Vonasek y de un hippie de cuyo nombre no alcanzo a acordarme. Al mismo tiempo que los congresistas, ocupó Cabimas una masiva concentración de fuerzas policiales, que en actitud amenazante seguía de cerca todas las actividades.

Infinidad de anécdotas recuerdo de esos días apasionantes. Participé con Régulo Pérez y Contramaestre en la pintura de un mural sobre un inmenso tanque de petróleo abandonado. Concurrieron conjuntos musicales, de danza, nueve compañías de teatro. El grupo Humo y Tabaco representó la obra conceptual “La Inercia”, en la cual un grupo de actores apáticos no hacía más que ver televisión, hasta que el público indignado protestaba y abandonaba la sala. “Virgen Santa, no vayáis a permitir que me enamore y me case con uno de estos chivúos”, gritó una señora al verme pasar con Salvador Garmendia y otros artistas barbados.

En el acto inaugural se nacionalizó simbólicamente la industria petrolera venezolana, anticipando en el plano de las ideas el proceso que se realizaría en los hechos el año 1974, aunque en este último caso las cláusulas dejaban puertas abiertas para una reprivatización de facto de la industria.

Concurrí a la mesa sobre ciencia con la ponencia “Ciencia, Tecnología y Dependencia”, en coautoría con Plinio Negretti. Por lo abstracto del tema, llegamos a acuerdos casi inmediatamente: cada sistema desarrolla su propia ciencia y tecnología; América Latina debe crear las que correspondan a sus necesidades. Eso dio tiempo para asistir a las otras mesas, donde las discusiones sobrepasaban los límites del apasionamiento.

La mesa sobre economía demostró que el modelo del populismo estaba agotado, y que su crisis reventaría hacia 1983. Puntualmente, ese año el llamado Viernes Negro colapsó el sistema, sentando condiciones para el 27 de febrero de 1989.

La mesa sobre Política, dependencia y neocolonialismo postuló que “Hemos adolecido de empirismo (ignorancia del marxismo-leninismo) y de dogmatismo (aplicación mecánica de este e ignorancia de la problemática nacional). En consecuencia no hemos sido capaces de cumplir el papel dirigente teórico y subjetivo, porque el sector, no llamado a ser, sino que él mismo se autodenomina representante político de la clase obrera, no ha sido capaz de difundir y desarrollar el marxismo-leninismo, ni siquiera en la práctica teórica de la difusión de la ideología revolucionaria”.

Imposible compendiar en un artículo la riqueza y pertinencia de las ideas debatidas en el Congreso. En el medio siglo transcurrido desde entonces, algunos de los participantes nos dejaron, física o ideológicamente. Se ausentaron ellos: las ideas que enunciaron siguen vivas y fecundas. El programa revolucionario, socialista, nacionalista, antiimperialista formulado por el Congreso Cultural de Cabimas constituyó, de hecho, la plataforma ideológica del bolivarianismo. Una izquierda derrotada en el campo de las armas triunfó en el de las ideas, que a su vez abrieron camino a la victoria política. Como señaló Edmundo Aray, a 46 años del Congreso: “No hay revolución sin cultura ética y sin paradigmas culturales y morales. No hay revolución sin una ideología de profundo contenido humanista arraigado en la conciencia del pueblo”.

Texto: Luis Britto García

Publicado en ÚN.


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