El 12 de abril de 2002 la derecha venezolana tocó el cielo con los dedos y el país probó el abismo de sus malas intenciones. Ese día coronaban con aplausos el Golpe de Estado al presidente Hugo Chávez, instalando un régimen de facto que el imaginario conservador llama “Democracia”.
En la televisión apareció la escena de un gobierno distinto y en revancha; volviendo a ocupar aquel lugar que parecían destinados a tener para siempre por razones de un poder histórico.
El país estaba abrumado por el silencio repentino de un hombre que hablaba siempre. Les dijeron que había renunciado y se apresuraron a formar gobierno con la fórmula añeja de los primeros cuartelazos con que Venezuela parió su “Democracia”: formaron una “Junta”.
Intenciones verdaderas
Desde el comienzo se encargaron de convencer al país de que no hicieron lo que hicieron: un Golpe de Estado; y reinventando la semántica, los medios avalaron el asalto como un operativo de restauración de libertades.
En cadena nacional, la entonces oposición tomó el poder y quedó al desnudo. Sus políticos, unos supuestos apasionados por la ley y las buenas costumbres, omitieron la constitución y los ritos de la democracia para “ordenar el país”.
Dijeron que Chávez había renunciado, no convocaron al parlamento para aceptar la dimisión; y omitieron que la supuesta vacancia debía ser ocupada por el Vicepresidente, en ese entonces Diosdado Cabello. Todo esos “estorbos” constitucionales los despacharon por la fuerza y en cambio el presidente de FEDECÁMARAS se autojuramentó en un acto inédito que nos reveló de qué lado de la historia está el autoritarismo.
La entonces “sociedad civil”, que denostaba de los militares como una terrible herencia de un pasado primitivo de nuestra política, se decoró a ella misma con los uniformes de sus generales sentados ordenadamente para dar el mensaje potente de que la situación interna estaba asegurada.
Aliados «desechables»
En aquel día histórico, la fórmula de la alianza política opositora se definió nítidamente entre quienes mandaban y quienes eran los desechables. El vulgar establecimiento sindicalista de la CTV que se activó para el Golpe fue desplazado de los puestos del nuevo gobierno y de las fotos oficiales de ese momento estelar.
Los capos del “sector trabajador” fueron despedidos por la puerta de atrás, comprobando que sus pretensiones no cabían en los salones de la plutocracia.
En el clímax del poder, aquel gobierno de Transición Democrática disolvió por decreto los poderes del país. De un trancazo arrancaron el “Bolivariana” del nombre de la República; y sacaron del Salón Ayacucho el retrato del Libertador que coronaba todas las alocuciones de Chávez desde ahí.
Persecuciones «democráticas»
Comenzaba así ese 12 de abril un gran desaliento que duró poco. Mientras tanto el nuevo régimen de libertades emprendió una saga de arrestos y persecuciones sin fórmulas judiciales con los mismos funcionarios nombrados por el gobierno bolivariano, lo que reveló la dimensión de la conspiración consumada.
Apresaron al diputado Tarek William Saab y al Ministro de Interior Ramón Rodríguez Chacín. Los acusaron de asesinos, y al exmilitar lo convirtieron en un criminal por “llevar armamento”, omitiendo que los oficiales en retiro pueden portarlas.
Los medios televisivos se sumaron al operativo de persecución y linchamiento moral. Divulgaron listas de los políticos del chavismo buscados por el delito de haber apoyado “al régimen anterior”, sin interpretar en ello alguna contradicción ética.
Firmar «la historia»
Aquel bochorno político e histórico fue avalado por “la sociedad civil”. El Golpe adquirió su legitimidad por el artificio de más de 300 firmas entre las que destacaron la del máximo líder de la iglesia católica, los empresarios, banqueros y María Corina Machado.
Pero para desgracia de la derecha y fortuna del pueblo venezolano, este episodio duraría poco. Lo visto en televisión, en vez de ser una exhibición disuasiva de poder, se convirtió en la revelación impúdica de un repertorio de malas intenciones que configuró la fórmula potente de la reacción popular con el apoyo de militares patriotas.
Después de aquel 12 de abril de 2002 comenzaba la cuenta regresiva de un episodio histórico: el retorno de un presidente derrocado al que no le dio el tiempo para acomodarse en prisión o en el exilio.