¿Y si no fuera solo resistencia? | Por: Carolys Pérez

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En estos días de asedio y turbulencia, se repite con fuerza la palabra “resistencia”. Y sí, resistir es fundamental, pero no podemos reducir nuestra fuerza a la mera capacidad de aguantar. Resistir sin más, como quien solo aprieta los dientes y espera a que pase la tormenta, nos coloca en una posición frágil. La resistencia verdadera exige algo más: la capacidad de rediseñar, de reinventar, de encontrar nuevas rutas sin perder de vista el propósito.

El psicoanálisis nos ayuda a entender esto de manera profunda. Freud nos recordó que la psique busca equilibrio; quedarnos aferradas a la resistencia rígida es permanecer en tensión constante, mientras que fluir permite que nuestra energía se exprese y encuentre nuevas rutas. Anna Freud nos enseñó que los mecanismos de defensa, si se endurecen, nos inmovilizan; adaptarnos y reinventarnos es transformar esas defensas en recursos creativos. Winnicott decía que la creatividad surge cuando podemos jugar con lo que la vida nos da, y que es señal de madurez emocional: fluir es jugar con la realidad sin perder la dirección. Lacan, a su vez, nos recuerda que sostener el deseo —nuestro deseo de justicia, de dignidad, de igualdad— nos permite encontrar caminos nuevos incluso en contextos hostiles.

¿Y si en estos tiempos la cosa no se tratara solo de resistencia? Si no, de aprender a ser como el agua, sí, así fluidos, líquidos con capacidad de dar calma o aprehender al choque, constantes, resilientes. El agua no se enfrenta a los muros golpeándolos sin descanso; los rodea, los erosiona, los atraviesa con paciencia hasta abrir un cauce nuevo. Esa es la fuerza que necesitamos hoy: no la rigidez del aguante, sino la sabiduría de adaptarnos sin perder el rumbo.

Audre Lorde lo llamaba el “fuego interior”. Ese fuego no se extingue con los cambios, al contrario: se alimenta de ellos. La clave está en vivir con propósito. Cuando sabemos para qué luchamos, cualquier transformación, cualquier giro inesperado, se convierte en oportunidad para reafirmar el camino.

Por eso digo que a veces debemos aprender a no hacer resistencia. No resistir a lo nuevo, a lo incierto, a lo que nos obliga a salir de lo conocido. No resistir el cambio, sino apropiárnoslo. No resistir la vida, sino vivirla con toda su complejidad.

Ese es, quizás, el aspecto más profundo de nuestra revolución: su raíz metafísica. Sobrevivir no basta. Se trata de vivir con propósito. De sostener un horizonte común de justicia, igualdad y dignidad, y de saber que la verdadera fortaleza está en nuestra capacidad de fluir, de adaptarnos y de mantener vivo el fuego sagrado del corazón colectivo.

¿Lo hacemos juntas y juntos? Venceremos, palabra de mujer.

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