Venezuela está en todas partes. En el mundo entero las elecciones se dirimen con respecto a Venezuela. Cada vez que la derecha mundial se queda sin argumentos recurre a Venezuela, Venezuela, Venezuela.
El despotismo imperial ha impuesto una gramática para la palabra Venezuela que rige concordar automáticamente con temas como hambre, violencia, migración, dictadura, narcotráfico, en el marco emocional de “¡qué angustia, qué nervios, qué desesperación!”. Aplican el fármaco probado en Cuba: nunca pasa nada benigno, nadie compone una buena canción, ni se desarrolla un nuevo medicamento, ni se escribe un buen libro, ni siquiera nace una bella flor. Comunicar algo positivo se trunca por alguna rudeza. O silencio.
Mi profesor Eliseo Verón dijo que los signos no tienen propiedades intrínsecas. Es decir, están encadenados entre sí para tener sentido, uno le habla al otro, como las letras. Asómate a un salón lleno y di la palabra ángulo —cualquier palabra sirve. Y vete. La gente pensará que enloqueciste porque no encuentra el contexto de lo que figura como un recóndito hápax —esas palabras enigmáticas que solo aparecen una vez en una lengua.
La Academia Española produjo un diccionario combinatorio magnífico: REDES. Alimentaron una computadora con prensa para encontrar qué palabras se conectan con cuáles. Es un desarrollo potente del Diccionario de lugares comunes de Gustave Flaubert, según el cual “todo incendio es pavoroso”.
Vincular las palabras Venezuela y pandemia, por ejemplo, conduce a un discurso positivo insostenible en el contexto secuestrado por el supremacismo comunicacional imperial. Por eso digo que Venezuela enmudece tanto como sobre ella se inflige una pandemia discursiva negativa irreductible. Pero si ciertas condiciones aplican, enmudece. Como en lo atinente a la covid-19. Claro que se puede —y debe— hablar y decir, por ejemplo, que el mundo debiera seguir el ejemplo que Venezuela dio. Sorprende que ni los grupos o países aliados hablan de Venezuela a propósito de la peste.
Dijo Wittgestein que de lo que no se puede hablar lo mejor es callar. Falso: de eso es precisamente de lo que más hay que hablar y no solo la poesía que traduce el silencio.
ROBERTO HERNÁNDEZ MONTOYA
@rhm1947
Publicado en ÚN.