Trump y la coyuntura religiosa

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Recordaremos durante años ese crimen. Antes de él, antes de ese fatídico 11 de Septiembre, ya se hablaba de “guerra santa” o djihad. Se dinamizaba a los “buenos” (los americanos, por supuesto) poniendo sus fusiles y misiles al servicio de la “justicia infinita”. Irak, Libia, Yemen, Siria… El “imperio benevolente” frente al “eje del Mal”; frente a Satanás (el exterminio, el monstruo), se justificaba la nueva cruzada… El mundo bipolar de la era post-comunista revestía de nuevo unos colores violentos.

Al antagonismo de las ideologías sucedía una efusión de referencias morales e inclusive teológicas. El mal está de vuelta, pero no hay duda: estamos del buen lado, porque los “malos” son “los demás”, y los buenos, nosotros, por supuesto. Triunfaba una visión nueva, junto con la esperanza de ver avanzar poco a poco la modernidad o, si se quiere, la utopía de Kant con la paz eterna. La bondad humana – junto con el mercado mundial – iba a ganarle la victoria sobre la violencia y las pasiones humanas. Así lo veían ciertos optimistas como Montesquieu y Benjamín Constant, contemporáneos de las revoluciones. “El comercio va a sustituirse a la guerra”: bonito y difícil optimismo. Suponía que las democracias iban a librar batalla al “terrorismo”, monstruo con una cabeza única…

Pero cambia la dificultad. Satanás tiene numerosas cabezas. No se preveía la separación gratuita entre la de los Estados Unidos y las cabezas de los indóciles peones. Y cambia la representación final. Así nos lo decía, hace pocos días, el presidente iraní. Hoy, “los Estados Unidos son el único terrorista”, multiforme, en medio de nuestro mundo en profunda transformación. Con una simbología parecida: bien contra mal, amor contra odio, imperio benevolente contra barbarie… La retórica guerrera, utilizada hasta la náusea, permite disolver las responsabilidades en un frente cada vez más confuso.

Hoy, las pequeñas comunidades cristianas (católicas), reunidas en casas; y las comunidades evangélicas en centenares de pequeños templos, intentan liberarse de una visión político-religiosa un poco simplista. Pero el objetivo es parecido: ¡suplicar al Dios de la paz que “cumpla” la promesa de Jesús! “La paz les dejo; mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo… ¡No tengan miedo!”

Bruno Renaud

Sacerdote de Petare

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