Una nueva e inquietante estrategia de la administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenaza la estabilidad regional y socava la soberanía venezolana, al tiempo que revela un cínico interés en el petróleo de la nación.
Reportes recientes del Wall Street Journal exponen cómo Marco Rubio, ahora en su rol de Secretario de Estado y asesor de seguridad nacional, encabeza una agresiva campaña de presión militar, económica y política contra el gobierno constitucional del presidente Nicolás Maduro. Esta escalada, lejos de ser una cruzada por la democracia, parece ser una movida desesperada para asegurar recursos energéticos y apuntalar la debilitada economía estadounidense antes de las próximas elecciones.
El plan orquestado por Rubio, un halcón de la política exterior con una trayectoria de más de una década impulsando la caída del Presidente Nicolás Maduro desde el Senado, combina una serie de acciones desestabilizadoras. En primer lugar, utilizan sanciones económicas brutales que ahogan al pueblo venezolano y dificultan la adquisición de alimentos y medicinas.
Además, han intensificado las operaciones antinarcóticos en el Caribe, una justificación que muchos analistas consideran un velo para el despliegue militar. De hecho, el reporte menciona el uso de bombarderos B-52, buques de guerra y fuerzas especiales, una demostración de fuerza que solo busca intimidar y preparar el terreno para una posible intervención.
Figuras cercanas a Trump como Stephen Miller, Susie Wiles y Pamela Bondi respaldan públicamente esta política. Bondi, con una retórica inflamatoria, ha calificado a Nicolás Maduro de «narcoterrorista y prófugo de la justicia», una acusación sin fundamento legal internacional. El verdadero objetivo es debilitar al gobierno legítimo y facilitar el acceso de corporaciones estadounidenses a las reservas de petróleo venezolano, disfrazándolo como una oportunidad estratégica.
Rubio: De Crítico a «Señor de la Guerra»
La ascendencia de Marco Rubio en el círculo íntimo de Trump lo transforma de un crítico legislativo a un ejecutor directo de una política exterior claramente injerencista. Por consiguiente, su influencia consolida una línea dura que prioriza la agresión y el derrocamiento sobre el diálogo y el respeto a la autodeterminación de los pueblos.
El presidente Maduro no se quedó callado ante estas maniobras, acusando a Rubio de ser el «señor de la guerra» y advirtiendo a Trump que su asesor podría «mancharle las manos con sangre». Estas declaraciones subrayan la gravedad de la situación y el riesgo que la política de Rubio representa para la paz regional.
En resumen, el plan de Rubio y la administración Trump tiene menos que ver con la lucha contra el narcotráfico o la defensa de la democracia y mucho más con la ambición geopolítica y económica. Ciertamente, el interés por el petróleo venezolano y la necesidad de una victoria de política exterior para Trump definen la verdadera motivación detrás de esta escalada. El gobierno bolivariano de Venezuela reitera su llamado al respeto a su soberanía y denuncia esta campaña de presión como un intento neocolonial de controlar sus recursos.