El arte de la política: ¡Todos somos Prometeo, todos somos Maduro!
La idea de una revolución antiimperialista y socialista es en sí un fuego que ilumina y permite que la humanidad construya caminos hacia la justicia social, el amor al prójimo y el desarrollo productivo. Prometeo fue castigado por entregar el fuego a los humanos, por dar la oportunidad de iluminar el futuro con la ciencia, hoy Nicolás Maduro es perseguido por el imperialismo por ser un Prometeo moderno, el prometeo del socialismo del siglo XXI. No es un asunto menor, mucho menos una propaganda, la situación nos confronta política y filosóficamente con el dilema del ser oprimido. En Filosofía de la liberación (1996), Dussel plantea:
“El otro se revela realmente como otro, en toda la acuidad de su exterioridad, cuando irrumpe como lo más extraordinario distinto, como lo no habitual o cotidiano, como lo extraordinario, lo enorme (fuera de la norma), como el pobre, el oprimido; el que, a la vera del camino, fuera del sistema, muestra su rostro sufriente y sin embargo desafiante: -“¡Tengo hambre! ¡Tengo derecho a comer!”-. El derecho del otro fuera del sistema no es un derecho que se justifique por el proyecto del sistema o por sus leyes. Su derecho absoluto por ser alguien, libre, sagrado, se funda en su propia exterioridad, en la Constitución real de su dignidad humana. Cuando se avanza en el mundo, el pobre conmueve los pilares mismos del sistema que lo explota”.
En el mural Prometeo (1930) del pintor mexicano José Clemente Orozco, nos interpela una imagen imponente y estremecedora del titán que desafió a los dioses robando el fuego para otorgarselo a la humanidad, ejerciendo su derecho absoluto de ser alguien, libre, sagrado… La figura central, encarcelada pero luminosa, brota como símbolo de la rebelión creadora que da esencia a la humanidad. Esta imagen no solo es un ícono artístico, sino un medio de sentido para comprender la amenaza que enfrenta el presidente Nicolás Maduro, en su papel de Prometeo moderno, al desafíar el poder imperial de los EE.UU. elevando las banderas del socialismo, la democracia popular y la soberanía.
Orozco pinta a Prometeo en una postura que combina fuerza y sufrimiento, un cuerpo que arde en llamas mientras está encadenado a una roca, sancionado. Esta dualidad entre el fuego liberador y el sufrimiento impuesto por el hegemón imperial es la metáfora perfecta para entender nuestra situación como pueblo. Se persigue a Venezuela por llevar un fuego-proyecto que ilumina y da nuevas perspectivas de futuro a la humanidad, por encarnar al otro que se rebela. En este sentido Nicolás Maduro no solo representa la resistencia frente a un sistema global que le impone sanciones criminales, bloqueos económicos y campañas mediáticas xenófobas a sus detractores, sino que enfrenta amenazas directas, incluyendo órdenes de captura y una recompensa de 50 millones de dólares por su cabeza. ¿Es esta persecución el águila que picotea y devora el hígado de Prometeo? ¿Con Prometeo somo capaces de ver cómo la prepotencia imperial procura el sometimiento y la tortura a aquellos que procuran democratizar el fuego a la humanidad… es decir, el conocimiento, los medios de producción y las instituciones del Estado?
Si, en esta persecución al bolivarianismo se refleja el castigo de Prometeo en el siglo XXI, es un intento de neutralizar a quien rebelandose, dice “¡Existo y soy libre!” mientras entrega el fuego revolucionario a un pueblo que históricamente ha sido blanco para la dominación y la explotación. La recompensa por la cabeza de Maduro no es solo un acto ilegal y atroz desde el punto de vista político, sino un símbolo de la desesperación imperial por apagar ese fuego. ¿Qué posición debemos tomar los patriotas? El G/J Jacinto Perez Arcay en una intervención que hiciera junto al Comandante Chávez durante el acto de celebración del bicentenario de la Academia Militar de Venezuela (2010), nos da luces:
“Pueblo que cede a la amenaza es pueblo indigno de lo que cedió, de lo que por misericordia o por conveniencia le deja el usurpador. Indigno del nombre de nación, de sus tradiciones de gloria y del respeto de las gentes, porque la sumisión cobarde agotada que fuere la prudencia digna, es para los pueblos imborrables marcas de infamia. Sensiblería sea, yo prefiero Prometeo a Júpiter. Jesús de Nazaret a los fariseos, el paraguayo López a sus verdugos, y entiendo que el despojo ha de ser sangriento para que el despojado sea augusto”.
¡Lucharemos con dignidad! Y a contracorriente del mito, no dejaremos a Prometeo solo, pintaremos a Prometeo como Orozco, en medio de las masas, porque su fuego no es sólo un don individual y su sacrificio tampoco, sino una acción que moviliza a la humanidad misma. Maduro, en este sentido, es el heredero de una tradición revolucionaria que reivindica el legado de Guaicaipuro, Bolívar y del Comandante Hugo Chávez, tiene junto a él la fuerza del pueblo y de todos los componentes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, que se han desplegado en torno a la defensa de su líder con lealtad y moral. Nuestra respuesta de ser hacer que el fuego que somos arda cada día con más fuerza, consolidando consejos comunales, comunas y misiones que democraticen cada día más el poder y que desafíen la lógica del capital.
La pintura, que se sale de los muros, es historia presente, viva, nos muestra que el fuego tiene su precio, pero teniéndolo en las manos ilumina y transforma. En Venezuela, a pesar del bloqueo económico, la guerra mediática y la persecución directa, se han logrado avances significativos en organización popular, educación, productividad y seguridad ciudadana. Este proceso colectivo es el verdadero fuego prometeico: un proyecto político que resiste y se reinventa frente al asedio. Nicolás Maduro es el líder a quien atacan, y se mantiene erguido gracias a un pueblo augusto, que se resiste al despojo, que no se vende. Y es un pueblo que entendiendo el destino común y los valores que lo definen, va más allá de las fronteras nacionales, un pueblo que se retrata en el proyecto bolivariano. Las declaraciones del presidente de Colombia, Gustavo Petro, son una prueba irrefutable de tal afirmación, cuando el mandatario del país vecino afirma que “Cualquier operación militar que no tenga aprobación de los países hermanos es una agresión contra Latinoamérica y el Caribe”, sabe que está defendiendo a su propia nación y a su propia libertad. Se identifica con el oprimido del que nos habla Dussel.
El Prometeo de Orozco y la figura de Nicolás Maduro son, en medio del conflicto, símbolos de esperanza. Ambos procuran ser apresados por un orden que teme al fuego que entregan, pero ese fuego sigue ardiendo. Lamentablemente para los que se creen dioses desde la Casa Blanca, estas acciones reafirman la convicción antiimperialista del pueblo venezolano, Trump en este sentido “juega con fuego”, subestima al pueblo nuestroamericano, lo menosprecia, pero nosotros somos irreductibles cuando de nuestra libertad se trata, Trump no entiende lo que postula Marx (1843), que toda emancipación es reducción del mundo humano a sí mismo. El fuego de la revolución ya arde en las manos de millones: ahora la tarea es hacerlo inextinguible.
La recompensa por apresar al líder de la revolución bolivariana es la señal más clara de que el fuego revolucionario amenaza a quienes detentan el poder global. La persecución y las amenazas no son más que el reflejo de un sistema que se resiste a perder su hegemonía, pero que ha encontrado en Venezuela aluvión creatividad política y nuevas perspectivas. En ese sentido, todos los que amamos la humanidad somos Prometeo y todos los que nos consideramos pueblos libres somos Maduro.