Hablar sobre este tema pareciera ser un tabú, incluso en la Venezuela de estos tiempos, victimas como somos del bloqueo, sanciones y embargo por parte de los Estados Unidos y en circunstancias tan complejas como las del #COVID19 y ante la presencia de un liderazgo opositor con una falta de nobleza absoluta, pidiendo más recientemente en su prontuario criminal de daños contra nuestra economía que tanques con combustible que venían a Venezuela fueran bloqueados en aguas internacionales por buques y acorazados de la armada norteamericana.
Sin embargo, a propósito del llamado que hiciera nuestro Presidente Nicolás Maduro sobre la necesidad de cobrar la gasolina es momento propicio para compartir algunas reflexiones sobre este particular, que seguramente en algunos reductos y espacios encontrara no poca resistencia.
Lo primero que debemos poner sobre el tapete, es que no es verdad que porque seamos un país con petróleo estamos obligados a regalar el combustible y otros derivados.
Es como que si mañana alguien decida montar un restaurante, pero todos los días, familiares y amigos vayan a comer gratis, tres veces al día, todos los días, por el simple hecho de tener una filiación familiar o afectiva con el dueño. El destino de ese restaurante, sus familias y trabajadores esta cantado y para llegar a esa conclusión no hace falta haber pasado por las aulas de Harvard, Yale o Cambridge.
La construcción de un nuevo modelo económico productivo anclado en los 17 motores de la economía implica dar un golpe certero a los pulmones por no decir el corazón de la lógica del modelo rentista.
El consumo de gasolina en el mercado interno, para no hablar del consumo diario de gas doméstico o gasoil, por solo nombrar algunos, equivale a 400mil barriles diarios de petróleo.
Para su procesamiento se necesitan personal, equipos, insumos, maquinarias, aditivos y disolventes, y nada de eso lo regalan; sin sumar en este cálculo lo que se necesita para el mantenimiento rutinario de plantas y refinerías, así como las paradas obligatorias para garantizar una operativa de la industria que cuente para el futuro.Para que tengamos una idea, el costo mínimo de producir esos 400mil barriles asciende a 12mil millones de dólares anuales, cuando nuestro Presupuesto Anual con dificultades esta llegando a los 4000millones de dólares, pero si ese combustible lo colocáramos en el mercado internacional para generar recursos adicionales estaríamos hablando de 25mil millones de dólares por año que no están entrando a las arcas de la Nación y por tanto no se traducirán en educación, salud, seguridad, servicios públicos e incluso mejores sueldos y salarios, sobre todo cuando la gestión de nuestro Presidente Nicolás Maduro invierte el 74% de los ingresos en inversión social.Solamente en 2013, el último año antes de la ofensiva criminal norteamericana contra nuestra economía, ese subsidio suponía el 7% de nuestro PIB. Pero si a esta cifra le incluimos las perdidas patrimoniales de casi 10mil millones de dólares anuales por contrabando de extracción que solo benefician a mafias trasnacionales y uno que otro infeliz funcionario corrupto, que dicho sea de paso existen en nuestro país desde la colonia, pues han tenido hasta ahora un suculento incentivo en el precio de combustible cuando se compara con los precios referenciales en Colombia, Brasil, Guyana o el Caribe, pero generando o agudizando problemas adicionales como los asociados al narcotráfico, trata de personas, ataques contra nuestro sistema económico y monetario, así como la consolidación de grupos paramilitares con influencia territorial amparados en muchos casos por los gobiernos vecinos, como por ejemplo, el colombiano.
Imagínense solo por un momento, ¿Cuánto esta representando en peso bruto y neto para la economía y la sociedad venezolana el hecho de seguir regalando la gasolina?.
Ahora bien, para los que en su condición de víctimas o victimarios de la soberbia academicista, creen en recetas casi perfectas, en la simpleza del 2+2 son cuatro, les recuerdo que en la construcción de medidas económicas sensibles, deben ponderarse siempre variables de las particularidades propias del Caso Venezuela, vista la situación de guerra y agresión económica que vivimos, que como nadie hubiera imaginado, incluso en tiempos de Coronavirus se han agudizado.Las recetas neoliberales del Banco Mundial y el FMI apuntan como de costumbre a terapias de shock macroeconómico para desmontar los Estados de Bienestar Social, favoreciendo el interés privado por encima de las grandes mayorías sin nunca tocar por supuesto los interés y privilegios de las clases más acomodadas. Hacemos la salvedad necesaria que nada de eso es lo que estamos planteando ni tampoco es lo que estamos pidiendo.Cobrar el combustible que dispensan estaciones de servicio no es un acto neoliberal, es un acto de justicia. Es apostar a la recuperación de la industria petrolera comenzando con recuperar nuestro mercado interno, es un paso para ir avanzando en fórmulas de protección social y subsidios directos a las familias más vulnerables y no en aquellos que tan simple que no los necesitan pero igual se benefician.
Las circunstancias hoy nos plantean el desafío de aterrizar formulas mixtas, muy nuestras, con cierta dosis de pragmatismo pero que coloquen en el centro de la ecuación del cobro del combustible, un esquema de protección de la gente y no del capital.
Experiencias como la de Jordania, Indonesia y Mozambique pudieran darnos algunas luces sobre que caminos transitar para gradualmente ir eliminando el subsidio al combustible, sobre todo cuando no es precisamente a nuestro pueblo más vulnerable a quienes beneficia pues más del 70% de las familias venezolanas no tienen vehículo, situación muy distinta en las clases medias altas y ricas quienes son las discrecionales beneficiarias de este subsidio.
Y cuando hablamos de «transporte público» superficial, tanto el urbano como extraurbano las variables gasoil y gas licuado entran en juego a nuestro favor en el sostenimiento de apoyos directos para usuarios y transportistas por igual. El reto en este caso, es la mejora de la calidad del servicio por parte de las empresas privadas concesionarias del mismo, pero eso es materia de otro debate.
Por cierto, dicho sea de paso, las camionetas de alta cilindrada y de último modelo que han entrado al país en años recientes, sus motores ni son de gas ni de gasoil precisamente.
Sobre el tema del subsidio al combustible no hay verdades absolutas. Creemos que es una oportunidad para materializar recursos que permitan cubrir al menos una estructura de costos de refinación de combustible y la importación temporal de químicos y disolventes, pero también es la posibilidad de garantizar el suministro con mayores niveles de eficiencia, dar un golpe certero a la corrupción y a las mafias trasnacionales, ponernos una vez más del lado de nuestro pueblo y no de las elites que son las que más se benefician del precio irracional de la gasolina. Y por supuesto abrir una posibilidad para conseguir recursos que permitan recuperar el poder adquisitivo de la gente, pero también seguir brindando y consolidando nuestro sistema de protección social.
He aquí una opinión para seguir profundizando este necesario, pertinente y obligatorio debate.
¡VENCEREMOS!
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