¡Vaya panorama el que se pinta en el Caribe! Por un lado, la presencia de destructores en nuestras aguas. Por el otro, la ruidosa y persistente politización de la fe personificada en figuras como el Cardenal Baltazar Porras. Dos fuerzas que, aunque a primera vista parecen dispares, comparten una alarmante característica: su papel como armas de guerra simbólicas o literales.
El Cardenal Porras, con su sotana y su elevado púlpito, ha demostrado que la fe puede ser tan estratégica como una flota naval. No basta con el bálsamo espiritual; parece que ahora la misión es el combate político. Su activismo, más que una pastoral de caridad, se siente como una campaña de oposición. Cada misa, cada declaración, se convierte en un misil teledirigido.
Si los destructores en el Caribe buscan «garantizar la paz y la estabilidad» (según sus comunicados), la versión eclesiástica busca una «estabilidad» muy particular. La cúpula de la Iglesia, en esta lectura, se convierte en el portaviones para un cambio de régimen, utilizando la fe como munición y el Evangelio como un manual de estrategia política. ¡Una guerra de bajo impacto, pero alto ruido!
Mientras tanto, en las aguas turquesas, aparecen los destructores. Estas máquinas de guerra flotantes son la manifestación más cruda del conflicto geopolítico. Su mera presencia es una declaración: «Estamos aquí, y no estamos de visita».
Ellos no llevan la Biblia, sino misiles de crucero. No buscan la conversión, sino la disuasión (o la provocación, dependiendo de como se mire). La gran ironía es que estos buques, supuestos custodios de la paz internacional, son la antítesis de la armonía. Son la fe ciega en la fuerza bruta.
El paralelismo es claro, tanto el destructor como la sotana politizada son instrumentos que confunden la guerra con la paz. El destructor promete seguridad a través de la amenaza; la sotana promete salvación a través de la confrontación terrenal.
En el Caribe de hoy, la fe y la fuerza militar han sido secuestradas para servir a intereses estratégicos. Al final del día vale preguntarse si los marines del destructor rezan por la paz, mientras el Cardenal Porras dispara salvas en sus declaraciones. Ambos, a su manera, están cumpliendo la misma función: ser un agente de presión y conflicto en el tablero caribeño.
¡Dios nos salve de los falsos mesías que llegan en buques de guerra y los que predican el odio desde el púlpito!



