Contrario a los discursos anteriores que simulaban calma y confianza en los pasos lentos pero “firmes” de su lucha; Juan Guaidó, en su confusa afirmación: “Muy pronto vamos a ir a buscar nuestra oficina en Miraflores”, deja clara la ficción de su figura como presidente encargado, ya que la ocupación del palacio de Miraflores, lejos de ser un elemento simbólico es una acción denota poder legítimo, privilegio indiscutiblemente otorgado y reservado a Nicolás Maduro a través del voto popular. La aparición de este nuevo elemento movilizador y “esperenzador” de su militancia, denota el nivel de preocupación ante la falta de resultados de sus acciones y la posible causa de la disminución del apoyo y la credibilidad interna.
La protesta que no fue
A un mes y tres días del inicio de la llamada ruta de transición, anunciada por el presidente autoproclamado Juan Guaidó y luego de la última maniobra que pretendió caldear los ánimos de los venezolanos, para justificar la toma del poder político por la fuerza; la derecha venezolana en un nuevo intento por re unificar sus fuerzas y movilizar su militancia convoca una jornada masiva de protestas que tal como aseguraron con la “ayuda humanitaria” y la supuesta detención del dirigente político de Voluntad Popular, marcaba un punto de no retorno para el fin del gobierno del presidente Nicolás Maduro, situación que evidentemente culminó en un nuevo fracaso.
En este sentido, vale reflexionar sobre la verdadera fuerza de este movimiento que aun con el apoyo político, financiero y comunicacional de las grandes potencias y sus colonias, no logra concretar al menos uno de los objetivos planteados, sobre todo cuando han sumado esfuerzos para debilitar la gestión de gobierno a expensas del sufrimiento de pueblo.