Por: Beltrán Haddad
Durante los últimos treinta años Chile ha sido presentado como un país “ejemplo” de democracia y del mayor crecimiento económico y bienestar social de la región, es decir, país de prosperidad y de estabilidad política y social, por ser el de mayor PIB per cápita de América Latina, lo que su presidente Piñera llegó a resumir como “un verdadero oasis” y ejemplo de las “bondades” del neoliberalismo. Pero no es la verdad.
La verdad del “ejemplo” chileno es otra. Se convirtió en país con crecimiento económico, pero a ese PIB le colocaron el disfraz de bienestar social para ocultar la distribución de la riqueza en unos pocos. A Santiago de Chile le construyeron su centro financiero a imagen de un “Wall Street”, como invocando la edad dorada estadounidense. Chile es el país de crecimiento económico para los ricos, pero con dos elementos difíciles de resolver: la baja movilidad social y una alta desigualdad que va más allá de los bajos ingresos, o de la desigualdad étnica o cultural, ya dimensional.
A partir de Pinochet los servicios sociales fueron privatizados. Se privatizó la educación y se hizo selectiva, con financiamiento del Estado y con recursos familiares. Se privatizó la salud y se hizo obligatorio el aporte de asalariados y jubilados. Igual pasó con las pensiones bajo un sistema de capitalización individual obligatorio y con aporte de los trabajadores a las administradoras de los fondos de pensiones (AFP). ¡Todo un gran negocio! Los gobiernos de la Concertación poco hicieron por liberar la educación, la salud y las pensiones de las manos del mercado, y volvió Piñera para retomar los servicios sociales como industria productiva. Una enorme estructura privatizadora.
No es fácil equiparar prosperidad a crecimiento económico. Decía Simon Kuznets, inventor del “Producto Interno Bruto”, allá por 1934, que es difícil deducir el bienestar social de una nación a partir de su PIB per cápita. Eso no mide la distribución de la riqueza y Chile, hoy, no es ejemplo de desarrollo del capital humano y social; es otra cosa, es un campo de batalla contra la pobreza y la alta desigualdad, en medio de graves represiones que se totalizan desde un poder que se manifiesta en sus dimensiones más excesivas.
No hay dudas, con el pueblo chileno en las calles, al neoliberalismo y a sus gobiernos, como a la derecha y a sus oligarquías latinoamericanas, se les cayó el “ejemplo”.