Por: Fransay Riera
Sentido perdido
La democracia se ha convertido en la carta de presentación de las naciones y en el gran criterio de evaluación sobre el grado de libertad e igualdad en las sociedades, entendida por algunos desde sus aspectos formales, que destacan las elecciones y las competencias de los cargos públicos (democracia formal) y abarcando para otros, aspectos tales como la igualdad, la libertad, la solidaridad y la justicia (democracia material)
Lo cierto es, que sea cual sea nuestra afinidad conceptual y práctica, estamos hablando de un concepto frágil y complejo, cuya aceptación no es universal e incluso existen quienes, por diversas razones la rechazan, por considerar que dejó de ser algo neutral para pasar a ser un instrumento de dominio por parte de las clases dominantes.
En este sentido, Hans Kelsen (1881-1973), plantea que “La democracia es la consigna que durante los siglos XIX y XX domina casi totalmente sobre los espíritus; y precisamente ésta es la razón de que haya perdido, como todos los lemas, su sentido intrínseco. Copiando la moda política, este concepto – el más explotado entre todos los conceptos políticos – resulta aplicado a todos los fines y en todas las ocasiones posibles, y adopta significados contradictorios en ciertos casos, cuando no ocurre que la irreflexión usual del lenguaje político vulgar lo rebaja a una frase convencional que no responde a ningún sentido determinado”
Razón que explica el deterioro de la institucionalidad y el aumento de las desigualdades, tras la poca o nula participación de la gente en los asuntos públicos.
Falsa democracia en Venezuela
El derrocamiento de la dictadura militar y el posterior pacto de alternabilidad entre los partidos de derecha, abrió una nueva etapa en el escenario político venezolano, dando oportunidad al ejercicio de la democracia formal; pero negando el ejercicio de otras libertades, propias de la democracia material.
Este reduccionismo de la democracia, lejos de ser casual, responde a una idea conservadora que coloca al pueblo como receptor de las acciones y las decisiones de una clase o grupo de especialistas, lo que funciona en cierto punto, como elemento de presión o coerción.
El resultado de estas acciones: políticas públicas alejadas de la realidad, que propiciaron el estancamiento del desarrollo, en el que la violencia, la pobreza y la desigualdad aparecen como protagonistas y detonantes de los grandes cambios sociales y políticos de inicio de siglo.
La democracia como bandera de lucha
La hegemonía de las derechas (en plural porque son diversas) hizo creer que la democracia era algo intrínseco a sus proyectos; y que la izquierda, replegada del escenario político público y refugiada en la lucha armada, ante la imposibilidad de convencer y medirse en condiciones normales contra la maquinaria de un Estado corrupto, era incapaz de garantizar el funcionamiento de un sistema democrático.
En ese escenario, luego de intentar la toma del poder por la fuerza y tras un candente debate con los partidos y movimientos de izquierda, sale Chávez, planteando la necesidad de convencer a las mayorías, de sumarnos a la batalla electoral, para posteriormente garantizar el ejercicio de poder del pueblo, es decir, el ejercicio de la democracia en su máxima expresión.
Cómo no estamos hablando de un concepto estático, y dada la necesidad de cambios profundos en la Venezuela del siglo XXI, no era suficiente el garantizar amplitud y participación, era necesario reinventar nuestra idea de democracia, es decir pasar de una revolución democrática (con velo conservador) y construir la democracia revolucionaria, que supone la participación protagónica del pueblo, pero también la destrucción del viejo Estado burgués.
Por ello, es importante rescatar, no sólo el carácter democrático del del chavismo como movimiento, sino del socialismo como proyecto político.
La ofensiva derechista
Repetir una mentira mil veces hasta que parezca verdad, nunca estuvo tan vigente como ahora; y qué la derecha venezolana utilice la palabra dictadura para referirse al ejercicio de gobierno del presidente Nicolás Maduro, no es un mero adjetivo denigrante; que desconozca elecciones por resultados adversos; que satanice las organizaciones populares; y que pretenda mitigar conflictos con violencia, nos muestra que estamos sin duda, frente a un intento de anulación del chavismo del imaginario colectivo, como referente de democracia real; que le podría garantizar, en un supuesto negado de retoma del poder, cierta estabilidad, al aniquilar moralmente a su adversario más fuerte.
Por ello es importante ver más allá del escenario de confrontación actual, que dibuja una batalla por poder, no porque esto no sea real, sino porque subyace disputas mucho más complejas: luchar por la democracia, es luchar contra el capitalismo.
Lic. Fransay Riera.