En estos días el presidente Maduro hizo referencia de lo que está sucediendo en redes sociales con los llamados “retos virales” que comprometen la vida y salud mental de las personas, entre ellas niños y adolescentes como casos de mayor gravedad y de consecuencias letales ya conocidas.
El presidente ordenó tomar medidas de protección e investigaciones penales ante esas situaciones de instigación al peligro perpetradas en plataformas digitales. Es decir, más allá de la desinformación, de las noticias falsas, del odio impactando la tranquilidad de la gente, de la xenofobia y de algoritmos e influencers creando contenidos tóxicos, la monstruosidad de las redes ha provocado la muerte física de personas con el destrozo moral del derecho humano a comunicar.
Hemos visto que en las redes sociales se despierta el infierno de la palabra y se mata con crudeza la intimidad, la vida privada y el honor y la reputación de las personas. Estamos viviendo la historia humana convertida cada vez más —tal se ha dicho— en una carrera entre la comunicación y la catástrofe. El problema actual a confrontar es la adicción a las redes y la manipulación que las plataformas digitales hacen de las mentes de la gente, de sus sentimientos, teniendo como medio la psicología humana en el fin propuesto.
El abuso en la desinformación se hace al margen de la ética y sin límites de respeto a la dignidad que se conjuga en el honor y la honra de las personas. Es la agresión moral la que priva, pero ahora con retos virales que terminan en la muerte, lo que obliga a legislar para prevenir y sancionar tantos abusos y hechos punibles que se vienen cometiendo impunemente, como el mismísimo delito de odio ya sancionado penalmente en Venezuela y vinculado a la lucha contra la discriminación, el racismo, la xenofobia y la intolerancia religiosa.
Se trata del que fomenta, promueva o incita al odio contra una persona o conjunto de personas, por pertenecer o identificarse con un determinado grupo social, étnico, religioso, político, o de cualquier motivo discriminatorio, como la aporofobia o rechazo al pobre. En fin, contra esas redes sin ética y sin límites que incita, por ejemplo, a retos virales, es necesario legislar para castigar cuando se cometa delito, teniendo en cuenta la dignidad de las personas, la libre expresión y el derecho a comunicar. Cada quien debe asumir su responsabilidad de lo que expone.