#Red5: Piezas de Aquiles Nazoa en su centenario

REComendados

En el centenario del poeta de «las cosas más sencillas», RedRadioVe seleccionó 5 piezas de su inconmensurable legado poético para el disfrute de este domingo 17 de mayo y celebrar su natalicio.

 

Buen día, tortuguita 

Buen día, tortuguita,
periquito del agua
que al balcón diminuto de tu concha
estás siempre asomada
con la triste expresión de una viejita
que está mascando el agua
y que tomando el sol se queda medio
dormida en la ventana.

Buen día, tortuguita,
abuelita del agua
que para ver el día
el pescuecito alargas
mostrando unas arrugas
con que das la impresión de que llevaras
enrollada una toalla en el pescuezo
o una vieja andaluza muy gastada.

Buen día, tortuguita,
payasito del agua
que te ves más ridícula y más torpe
con tus medias rodadas
y el enorme paltó de hombros caídos
que llevas sobre tí como una carga
y con el que caminas dando tumbos,
moviendo ahora un pie y otro mañana
como una borrachita,
como una derrotada,
como un payaso viejo
que mira con fastidio hacia las gradas.

Buen día, tortuguita,
borrachito del agua…
¿De dónde vienes, dí, con esos ojos
que se te cierran solos, y esa cara
de que en toda la noche no has dormido,
y esa vieja casaca
que se ve que no es tuya,
pues casi te la pisas cuando andas?

Buen día, tortuguita,
filósofo del agua
que te pasas la vida hablando sola,
porque si no hablas sola, ¿a quién le hablas?
¿Quién, a no ser un tonto atendería
a tus tontas palabras?
¿Ni quién te toma en serio a ti con esa
carita de persona acatarrada
y esa expresión de viejita chocha
que a tomar sale el sol cada mañana
y que se queda horas y horas medio
dormida en la ventana?

Buen día, tortuguita,
periquito del agua,
abuelita del agua,
payasito del agua,
borrachito del agua,
filósofo del agua…


La historia de un caballo que era bien bonito (Voz del propio Aquiles)

 


Amor, cuando yo muera…

Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda,

ni llores sacudiéndote como quien estornuda,

ni sufras “pataletas” que al vecindario alarmen,

ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.

 

No te sientes al lado de mi cajón mortuorio

usando a tus cuñadas como reclinatorio;

y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,

no te le abras de brazos en actitud de ¡bésame!

 

Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito

dictamine, observándome, que he quedado igualito.

Y hazte la que no oye ni comprende ni mira

cuando alguno comente que parece mentira.

 

Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:

Yo quiero ser un muerto como los de Neruda;

y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:

¡Eso es para los muertos estilo Julio Florez!

 

No se te ocurra, amada, formar la gran «llorona»

cada vez que te anuncien que llegó una corona;

pero tampoco vayas a salir de indiscreta

a curiosear el nombre que tene la tarjeta.

 

No grites, amada, que te lleve conmigo

y que sin mí te quedas como en «Tomo y obligo»,

ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,

a divulgar detalles de mi vida privada.

 

Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;

no copies sus estilos, no repitas sus modas:

Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,

¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!


Conversación con un cochino

«Cochino, buenos días.
Cochino, ¿cómo estás?
¿Qué me cuentas, cochino?
¿Qué novedades hay?
¡Espera! No te asustes:
no te vengo a matar.

Acércate, cochino:
Cochino, ven acá.
Quédate aquí echadito,
Sin gruñir ni roncar,
Y como dos amigos
Vamos a conversar.

Tú no sabes, cochino,
Qué lastima me da
Saber que a ti la gente
No te suele nombrar
Sino para hacer chistes
Por lo hediondo que estás,
Y que nadie en el mundo
Se te puede acercar
Sin decir: ¡fo, carrizo!
Sin decir: ¡fo, cará!

Yo, cochino, te admiro,
Y te admiro a pesar
De que con esa trompa
Pareces un disfraz,
Porque pese a tu aspecto
Tan poco intelectual
Y a ese absurdo moñito
Que te cuelga de atrás.

Ya quisieran, cochino,
Los que te tratan mal
Tener de tus virtudes
Siquiera la mitad.

¡Oh, imagen cochinesca
de la sinceridad!
Tú haces tus cochinadas
Metido en tu barrial:
Como eres un cochino,
Te comportas como tal
Sin ocultarle a nadie
Tu condición social.

Ni engañas, ni te engañan:
Tú vives, y ya está;
Sabes que mientras seas
Cochino y nada más,
Del palo cohinero
Nadie te va a salvar,
Y así, esperando vives
Tu toletazo en paz.

Ni pides garantías
Ni pides libertad,
Ni pides que interpelen
Al cochinero tal
Porque mata cochinos
Sin permiso del SAS,
Sino que estás tranquilo
Metido en tu barrial
Con tu trompa adelante,
Con tu rabito atrás.

Soportando en silencio
La pueril necedad
De los que te hacen chistes
Por lo hediondo que estás,
Y dicen fo carrizo
Y dicen fo cará,
Y no ven que ellos mismos
-o su modo de actuar-
comparados contigo
huelen mucho más mal.

Hasta luego, cochino,
Yo me voy a almorzar;
Te prometo que el lunes
vendré a tu barrial
Y si no te han raspado
Volveremos a hablar.

Mas si para entonces
No te vuelvo a encontrar,
Acércate, cochino,
Ven, acércate más,
Para darte en la trompa
Mi besito final.»


Credo

Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra;
creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones,
que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo,
pero que cada día resucita en el corazón de los hombres;
creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida
perdurable;
creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales;
creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su
rueda maravillosa,
creo en la cualidad aérea del ser humano,
configurada en el recuerdo de Isadora Duncan abatiéndose
como una purísima paloma herida bajo el cielo del Mediterráneo;
creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente
debajo de la almohada de mi niñez;
creo en la fábula de Orfeo, creo en el sortilegio de la música,
yo que en las horas de mi angustia vi al conjuro de la Pavana de
Fauré,
salir liberada y radiante de la dulce Eurídice del infierno de mi alma;
creo en Rainer María Rilke héroe de la lucha del hombre por la
belleza,
que sacrificó su vida al acto de cortar una rosa para una mujer;
creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia;
creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar,
creo en un barco esbelto y distantísimo
que salió hace un siglo al encuentro de la aurora;
su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y
junto a sus sienes un resplandor de estrellas;
creo en el perro de Ulises,
en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas,
en el loro de Robinson Crusoe,
en Beralfiro el caballo de Rolando,
y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón de
Martín Tinajero;
creo en la amistad como el invento más bello del hombre;
creo en los poderes creadores del pueblo,
creo en la poesía, y en fin,
creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.

 


 

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