Estados Unidos ha publicado recientemente su renovada estrategia de Seguridad Nacional para la región del Indo-Pacífico, estructurada sobre dos pilares fundamentales: consolidar su fortaleza económica global y evitar una confrontación militar directa con China. Por consiguiente, Washington busca transformar el competitivo escenario asiático, dando prioridad al poder económico y tecnológico para definir su política exterior, sin dejar de lado la disuasión y la seguridad regional. Este enfoque integral responde a una profunda reevaluación de la relación histórica con China.
El primer pilar, la prioridad económica, surge de la percepción de que décadas de apertura comercial no produjeron los resultados esperados. En efecto, lejos de integrar pacíficamente a China en un orden internacional liberal, esta apertura le permitió acumular riqueza y poder, fortaleciendo su influencia a nivel regional y global.
Por lo tanto, Estados Unidos ahora persigue un reequilibrio en su relación con el gigante asiático. Esto se materializa a través de la exigencia de reglas más estrictas de reciprocidad, la protección activa de cadenas de suministro críticas y la defensa contundente de la propiedad intelectual.
Además, el gobierno estadounidense fomenta intensamente la competitividad en sectores de alta tecnología, como la Inteligencia Artificial, la computación cuántica, el sector espacial y la defensa. El objetivo principal consiste en asegurar que la economía estadounidense y la de sus aliados mantenga su posición estratégica y su ventaja competitiva.
Este enfoque económico se complementa con un esquema de cooperación intensiva con sus aliados y socios. Estados Unidos impulsa a Japón, Australia, Corea del Sur e India a integrar sus economías, ofreciendo acceso a mercados y cooperación en defensa y tecnología. El Quad facilita esta coordinación entre democracias del Indo-Pacífico.
Disuasión militar y compromiso de aliados
El segundo pilar de la estrategia se centra en la disuasión militar y la seguridad regional. El presidente estadounidense, Donald Trump, considera esencial mantener una fuerte presencia en la región, así pues, busca impedir que cualquier país logre un dominio hegemónico.
La defensa del statu quo en zonas críticas tales como el estrecho de Taiwán, la llamada «Primera Cadena de Islas» y el Mar de China Meridional se percibe como absolutamente vital. A fin de cuentas, la estrategia desarrolla capacidades militares destinadas a negar agresiones, garantizar la libertad de navegación y sostener alianzas sólidas con los países de la región. Estados Unidos implementa la Pacific Deterrence Initiative (PDI) desde 2021, buscando inversiones en infraestructura y defensa, mientras exige más compromiso de sus aliados.
La estrategia estadounidense enfrenta desafíos significativos. Por un lado, la reacción de China es predecible, ya que el gigante asiático percibe estas políticas como una moderna versión de contención inspirada en la Guerra Fría. Pekín advierte activamente contra lo que denuncia como intentos de construir una “OTAN del Indo-Pacífico” e interfiere en los asuntos regionales. Por otro lado, la sostenibilidad de la estrategia depende críticamente de la unidad y el compromiso de los aliados.
Un componente clave subyace a todo este marco: Estados Unidos está redefiniendo su papel global como una potencia que prioriza sus intereses estratégicos mediante alianzas flexibles, competencia tecnológica, influencia económica y presencia militar puntual en zonas consideradas críticas.
Esta transformación refleja una convicción profunda: el siglo XXI se definirá más por la competencia económica y tecnológica que por guerras abiertas, aunque el riesgo de confrontación militar sigue latente. En definitiva, la estrategia de Estados Unidos en Asia representa un enfoque integral que articula la economía, la tecnología, la diplomacia y la defensa para reconfigurar el equilibrio de poder en el Indo-Pacífico.



