Paren el mundo, me quiero bajar | Por: Aram Aharonian

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Paren el mundo, me quiero bajar | Por: Aram Aharonian

La reconfiguración del orden mundial quedó interrumpida por la intervención militar de Rusia en Ucrania, que pateó el tablero de una hegemonía exclusiva de Estados Unidos, que se arrogaba la prerrogativa de la intervención, la injerencia o la invasión de territorios ajenos a sus fronteras.

El escenario final de la guerra debiera reordenar las relaciones internacionales… y surgirán relatos para justificar la mutación hegemónica. Esa franquicia única de tono imperial que creía ostentar Washington hace agua, quedó perimida.

La derecha mundial nunca duda, lo tiene todo claro: la ecuación es más bombas, más muertos, es igual a menos problemas. Mientras, casi todo el progresismo y la izquierda siguen perplejos ante la guerra, sin saber qué hacer. El estado de shock perdura desde 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, cuando se terminó la Unión Soviética.

Y del otro lado, una izquierda llena de palabras y slogans, pero sin saber qué decir. Algunos empeñados en buscar los caminos para regresar a la paz, que tampoco era tan pacífica. Pero esos esfuerzos son sepultados día a día por los construyen el imaginario colectivo, la opinión pública, los grandes conglomerados que manejan los medios hegemónicos y las llamadas redes sociales.

Todo está como le encanta a los pesimistas: la guerra de Ucrania podría extenderse a toda Europa, Rusia podría recurrir a las armas nucleares, EEUU anuncia que Rusia también sería destruida. El mundo está como le gusta al diablo: guerras, epidemias, catástrofe ecológica, miseria campante, amenazas, los peores pronósticos posibles. Se necesita una chispa para que todo se incendie, analiza el brasileño Emir Sader. Alguien o algo puede salirse de control y eso es todo: el tan anunciado fin del mundo.

Derramar sangre para expiar la culpa por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante cinco siglos, ha sido la forma como Occidente soluciona sus crisis. Una razón cultural nacida de la unión de la religión judeocristiana y la tradición del pensamiento grecorromano impone sobre el planeta su cosmovisión, explica el chileno Marcos Roitman.

“No hay distinción, Putin es ruso, los rusos son Putin, todos juntos son enemigos de Occidente, sus vidas no tienen valor. La irresponsabilidad de Occidente, su prepotencia, sus ansias de dominar el mundo nos sitúa al borde del abismo. Pero mientras tanto, nos llaman a exterminar a los rusos”, añade.

El mexicano Alfredo Jalife-Rahme habla sobre los 46 biolaboratorios de armas biológicas del Pentágono en Ucrania. Vladimir Putin acusa a Ucrania de experimentar con ántrax, cólera y fiebre bovina africana. Las imputaciones del Global Times, del Partido Comunista Chino, apuntan a que las investigaciones de Estados Unidos, tras las experiencias en Vietnam y Corea, se centran en el proyecto R-781, que implica murciélagos como transportadores de potenciales armas biológicas. Ciencia fricción.

Vivimos hoy el reino de la mentira, de las llamadas fake news, de la posverdad. El dominio del capitalismo occidental de los medios masivos de comunicación y de las redes sociales ha impuesto una versión de la tragedia que se vive ahora en Ucrania. Cuando finalmente la economía reviente aunque la vistan de verde, sabrán decir todo lo contrario.

Rusia es en la actualidad el segundo productor de hidrocarburos del planeta. El 40% del gas que consume Europa llega por gasoductos gestionados por Gazprom. El gas licuado –que Washington pretende exportar para suplir las exportaciones rusas– costaba ocho dólares el millón de BTU el año pasado, y hoy cotiza a 55 dólares. Europa se sumó a la ofensiva de Washington y se prepara para un duro invierno después de congelar el proyecto del gasoducto Nord Stream II. ¿Masoquismo o fe ciega en Washington?

El argentino Jorge Elbaum señala que Washington se siente parcialmente victoriosa porque arrastró a la Unión Europea hacia la rusofobia, pero ahora necesita que Rusia pierda la guerra en el formato de desprestigio y descrédito. Mientras azuzan a los ucranianos a resistir frente a uno de los ejércitos más poderosos del planeta, planean la venta de armas y la futura reconstrucción de Ucrania.

Una victoria rusa plena conlleva el peligro de un nuevo orden mundial con un eje Moscú-Beijín. Después de fabricar las condiciones para la guerra, el Departamento de Estado se concentra en la necesidad de imponer una narrativa demonizadora de Putin.

Elbaum señala que su credibilidad, sin embargo, quedó expuesta el 5 de marzo cuando funcionarios de Biden visitaron Caracas para tramitar la compra de petróleo con quien desconocen como Presidente, Nicolás Maduro. Como consignó el marxista de la tendencia Groucho: “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.

Entre las muchas cosas que uno aprende con el paso del tiempo, es que hay dos clases de invasores. Están los buenos, como cuando en los ocho años de gobierno de Barack Obama transcurrieron sin un solo día sin guerra ni invasiones, con soldados, aviones, tanques, drones, misiles… Claro, siempre en nombre de la libertad y la democracia. Y están los malos, como ”Satán” Putin, que en su marcha conquistadora manda invadir a una “indefensa” Ucrania.

Es que nuevamente, después de 75 años, la guerra llega a Europa y de repente es como si los europeos despertaran y descubrieran el monstruo de la muerte y la desolación. Las últimas generaciones de europeos sólo habían visto las guerras por televisión, en el mejor de los casos, o nunca las habían visto, ni querían saber de ellas, que tenían la impronta europea o de su “protector mayor”, Estados Unidos.

Muchos de esos europeos, con sus teóricos y pensadores a la cabeza (Jurgen Habermas, Tony Negri, entre otros), incluso para justificar las masacres, como la del pueblo iraquí o la del pueblo palestino, hablaban de “guerras justas” y hasta de “guerras humanitarias”, y los intelectuales prosionistas de los que está llena Europa justifican los crímenes del Estado de Israel con el argumento de que ese país tiene derecho a defenderse y necesita que se le brinde seguridad, señala René Vega Cantor.

¿Quién paga los platos rotos de la época de desorden y reacomodo del poder mundial que nos toca vivir? Nosotros, los de a pie. A unos más y a otros menos, a unos ahora y a otros después. A los ucranianos les toca en este momento, junto a los iraquíes, los afganos, los sirios, los libios y los yemeníes, pagar el mayor importe de los platos rotos, recuerda el costarricense Rafael Cuevas Molina.

“Nosotros, en América Latina, hemos pagado muchas veces los platos rotos. Hemos sido y seguimos siendo daños colaterales, víctimas de los tira y encoje entre los grandes intereses. Nosotros ponemos los rostros demacrados, el llanto, el material para que se nutran las pantallas desde las que nos miran mientras se cena o se toma un refresquito para calmar el bochorno”, añade.

El ecuatoriano Paz y Miño Cepeda señala que aquello de la “América para los americanos” (parafraseando, a nadie se le ocurre una “Europa para los europeos” o “Asia para los asiáticos”) no tiene más el sentido original, a menos que los países latinoamericanos dejen de ampliar relaciones con Europa, corten con Rusia por el tema de la guerra en Ucrania y renuncien a potenciar las relaciones económicas con China y tantos otros países “ajenos” al continente.

Es lo de siempre, cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, nos cambian las preguntas. Mientras, los mitos urbanos empiezan a correr, se imponen y lo falso queda como verdad con el paso del tiempo. La mentira es la asesina de la verdad, y ésta la primera víctima de toda guerra.

Sin duda el mundo es ancho (también es ajeno, diría el peruano Ciro Alegría)), pero ‘Occidente’, o sea Estados Unidos y sus secuaces de la Unión Europea, que juntos no superan el doce por ciento de la población mundial, se arroga la exclusividad de la opinión de la ‘comunidad internacional’. Hace y deshace en nombre de esa “comunidad internacional”, en la que no figuran Sudamérica, India, China, Malasia, y una larga lista de países y regiones del mundo, pero que acapara el monopolio de la opinión planetaria.

Desde la guerra en Kosovo, la OTAN viene desarrollado el concepto de ingeniería ‎de los movimientos masivos de población En 1999, la CIA orquestó el desplazamiento –en sólo tres días– de más 290 mil kosovares ‎desde Serbia hacia Macedonia. Aún recordamos los escalofriantes videos de aquellas largas filas de gente que caminaban por ‎decenas de kilómetros a lo largo de las vías férreas, que creó el imaginario de que ‎el gobierno de Slobodan Milosevic había desatado una represión étnica, como justificación de la guerra que las potencias occidentales querían iniciar.

Ahora, en el caso de Ucrania, lo que se busca es conmover a la platea mundial mostrando mujeres ‎y niños que huyen, pero sin que se vayan los hombres, porque hace falta que luchen contra los ‎rusos. ‎Siempre se trata de manipular nuestras emociones. No, no se trata de justificar a los rusos.

Pero cuando nos dicen que Rusia bombardea una central nuclear, recuerdo las mentiras de George W. ‎Bush sobre las armas de destrucción masiva del tirano Saddam. Cuando nos explican que los ‎rusos bombardearon una maternidad en Mariupol, recuerdo los bebés ‎kuwaitíes sacados de sus incubadoras por los soldados iraquíes. Y cuando ‎me dicen que el Putin está demente y que se parece a Hitler, me acuerdo de cómo ‎trataban al líder libio Muammar el-Kadhafi o al presidente ‎sirio Bachar al-Assad. ‎

La Unión Europea abrió sus puertas a todos los que se presentan como refugiados ucranianos. Según Alemania, la cuarta parte no tienen pasaportes ucranianos sino argelinos, bielorrusos, indios, ‎marroquíes, nigerianos o uzbekos, que tratan de aprovechar la puerta ‎abierta para cruzar legalmente las fronteras de la UE. Es negocio para las empresas alemanas la ‎regularización disimulada de una gran masa de fuerza de trabajo barata.‎

Aquellos que vemos la guerra por televisión , como vimos la de Kosovo, Libia y Siria, tendríamos que preguntarnos por qué el pueblo ucraniano no manifiesta ‎masivamente su apoyo al gobierno del presidente Volodímir Zelenski, como sí lo hicieron los kosovars, libios y sirios en Belgrado, Trípoli y Damasco. ‎ Ya debíamos haber aprendido que la primera víctima de la guerra es siempre la verdad.

Lo cierto es que la situación en Ucrania sigue siendo dramática, con una guerra que se está prolongando más de lo que suponían los estrategas rusos y donde las sanciones impuestas por Washington y la Comunidad Europea no han disuadido a Vladimir Putin. Todos parecen preocupados. Hasta el presidente estadounidense Joe Biden llamó a su par chino Xi Jinping, quien no sólo no condenó a Rusia, sino que exigió inmediatas negociaciones diplomáticas.

El tomo seductor del casi octogenario presidente estadounidense no cautivó al líder chino, pese a que Biden le aseguró que Estados Unidos no busca tener una nueva Guerra Fría con China, ni cambiar el sistema, ni revitalizar sus alianzas contra China. Agregó que Estados Unidos no apoya la independencia de Taiwán y tampoco busca un conflicto con China.

El argentino Atilio Borón comenta que Xi Jinping parece que también conocía la frase del Che Guevara («¡no se le puede creer ni un tantito así, nada!» ) porque le dijo, textualmente: Me tomo muy en serio sus comentarios.

El nuevo orden mundial que devendrá incluirá a China como uno de los grandes vencedores. Y seguramente requerirá de infinitas producciones de Hollywood para disimular u ocultar esta mutación hegemónica a nivel mundial.

«¿Y por qué habiendo mundos más evolucionados yo tenía que nacer en este?». «¿Y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?». «¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!». Todas estas reflexiones y preguntas existenciales no son de ningún filósofo, sino de Mafalda, la caricatura de la niña argentina que creó el dibujante Joaquín Lavado, más conocido como Quino, que se bajó del mundo en octubre de 2020.

Pero la frase más famosa del personaje acabó siendo una que nunca dijo: Paren el mundo que me quiero bajar. «Yo jamás hubiera puesto en boca de Mafalda esa frase, porque Mafalda no quiere que el mundo pare y ella bajarse, ella quiere que el mundo mejore. Entonces jamás se le pudiera haber ocurrido eso», le dijo Quino a la radio colombiana W.

¡Pensar que hace apenas dos décadas nos abrazábamos convencidos que “otro mundo es posible”! Ingenuos, nunca pensamos que éste sería ese nuevo mundo.

 

ARAM AHARONIAN

Periodista uruguayo

rebelion.org


 

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