Intentar vivir en el pasado parece un ejercicio común entre los pesimistas, y son precisamente ellos los que insisten en sacar conjeturas y hacer preguntas necias para intentar tapar un verdad inocultable: El Pachencho Romero está vuelta.
No pudo ser antes, el tiempo es ahora. El templo del fútbol nacional renace entre la cenizas, como lo hace un país entero que ha sufrido y resistido bloqueos, saboteos, guarimbas y guerras mediáticas. Por eso el mérito es mayor, no sólo para quienes damos la cara por un proyecto liderado por por él propio presidente Nicolás Maduro, sino para los jóvenes, niños y familias enteras que sueñan y apuestan al deporte como una herramienta para transformar la realidad social.
El pesimismo atrae al odio y este destruye almas. Un ser humano sin alma es incapaz de pensar y sentir, por ende no puede vivir a plenitud y mucho menos construir país. Contra esas miserias, aunque suene retórica, la mejor medicina es el amor, solo este sentimiento impulsa grandes transformaciones y nos permite ver con claridad el camino en medio de las peores tormentas.
Mientras los pesimistas desde la rabia y la ironía dicen “Venezuela se arregló”; los tercos defensores del amor trabajamos diariamente por arreglarla por y para todos.
El odio y el pesimismo han perdido terreno hoy. La pasión por el deporte, los gritos eufóricos, las risas y las esperanzas de miles de jóvenes suman un nuevo campo para sembrar y cosechar sueños.
El rayo iluminó el cielo y nos permitió ver con claridad para alzar el vuelo, como él ave Fenix y la jabalina de nuestro José Encarnación Romero.
¡Tenemos estadio, devolveremos la gloria al Pachencho!