Octubre revolucionario y guerrillero | Por: Jorge Arreaza
La historia de la humanidad ha tenido un sinfín de propuestas sobre lo que significa el concepto de justicia en las relaciones humanas. Esto determina el sentido de la sociedad. Cuando Aristóteles definía al ser humano como un animal político –politikón zóion– lo hacía atribuyéndole la cualidad de la razón –logos-, lo cual a su vez permitía diferenciar lo ventajoso de lo perjudicial, y por ello también lo justo y lo injusto. Esta disertación elemental es la base de la política como ejercicio del debate para la construcción de la sociedad.
Las comunidades se aproximan a la idea de justicia y definen los elementos que dan soporte a los principios para las relaciones entre sus integrantes. Así vemos cómo la sociedad liberal moderna establece como valor axiológico la libertad de los individuos para la propiedad y la acumulación, aunque la vocación ilimitada e inevitable de este principio perjudique al resto de la sociedad. Esta es una forma de ver el mundo, pero no la única.
La Revolución Bolivariana se reconoce en el sentido de la igualdad y la protección de las grandes mayorías, en la necesidad de luchar contra la voracidad del capitalismo (que a su vez disminuye la dignidad de aquellos que no pertenecen al reducido grupo que habita en la cúspide del sacrosanto mercado). Esta visión la asumimos como cuerpo político nacional, representada en el pensamiento y la acción de un hombre: Hugo Chávez. La entrega del Comandante, su pensamiento y ejercicio político nos permiten apropiarnos con claridad de esta idea. La abstracción teórica e idealista se materializa en un ser humano concreto con valores y acciones que no se desvían ni un milímetro de su propósito. Coherentemente consecuente.
Octubre, en el pensamiento revolucionario global, nos ofrece la posibilidad de recordar la relación dialógica entre idea y hombre. Para el pueblo venezolano de hoy, octubre nos ilumina con la victoria popular del Comandante Chávez del año 2012 y su heroica campaña electoral, a pesar del sufrir de su sobrevenida enfermedad. Este épico esfuerzo por mantener la protección de la paz y la soberanía de su Patria quedó plasmada en las fotografías de aquel inolvidable cierre de campaña bajo un torrencial aguacero el 4 de octubre de ese año.
Desde principios del siglo XX, con cada mes de octubre, evocamos, por una parte, el trascendental momento que colocó como realidad la posibilidad de un gobierno de las grandes mayorías: la Revolución Bolchevique bajo el mando de Vladimir Ilich Uliánov (Lenin). Y en la dimensión del individuo-fuerza, cada 8 de este mes recordamos la gesta del hombre nuevo latinoamericano. Ernesto Che Guevara encarna las principales virtudes y sentimientos que materializan el sueño revolucionario en Nuestra América.
El 25 de octubre de 1917 -de acuerdo al calendario juliano vigente en Rusia para ese tiempo, 7 de noviembre en la lógica temporal occidental- la Revolución Bolchevique liderada por Lenin logra, a través de una difícil lucha por parte de las clases subalternas, llegar al poder y consolidar el primer gobierno contrario a la lógica hegemónica liberal burguesa. La victoria de los Soviets y el pueblo ruso colocaron sobre la palestra mundial una nueva forma de ver el gobierno y, muy especialmente, la distribución de los recursos que componían la riqueza general de la nación: el núcleo de la lucha de clases.
Lenin colocaba el debate en términos prácticos, en el control sobre los medios de producción que genera bienes, servicios y riquezas para todo el país. El líder soviético luchó contra la idea naturalizada que establecía que la burguesía debía dirigir el Estado y la economía, porque son sus miembros los únicos capacitados para ello. Así surgía una nueva forma de abordaje de la cosa pública, que implica un auto-reconocimiento del pueblo y la clase trabajadora como garantes de una nueva disposición en la sociedad. Nos dice Lenin:
«Una de las más importantes tareas, si no la más importante, de la hora presente consiste en desarrollar todo lo posible esa libre iniciativa de los obreros y de todos los trabajadores y explotados en su obra creadora de organización. Hay que deshacer a toda costa el viejo prejuicio absurdo, salvaje, infame y odioso, según el cual sólo las llamadas ‘clases superiores’, sólo los ricos o los que han pasado por la escuela de los ricos, pueden administrar el Estado, dirigir, en el terreno de la organización, la construcción de la sociedad socialista (…)
«Es necesario luchar contra la vieja costumbre de considerar la medida del trabajo y los medios de producción desde el punto de vista del hombre esclavizado que se pregunta cómo podrá libertarse de un peso suplementario, cómo podrán quitar algo a la burguesía. Los obreros avanzados y conscientes han comenzado ya esta lucha y responden vigorosamente a los elementos advenedizos, que han acudido a las fábricas en número particularmente grande durante la guerra, y que querrían tratar la fábrica, que pertenece al pueblo, que ya es propiedad del pueblo, como antes, únicamente con el criterio de ‘sacar el mayor provecho y marcharse’. Cuánto hay de consciente, honrado y reflexivo entre los campesinos y en las masas trabajadoras que se alzará en esa lucha al lado de los obreros avanzados».
Podemos criticar múltiples procesos, políticas y desviaciones de la superestructura de la URSS, pero sería absurdo negar que su propuesta de construcción política y social se dirigió al corazón de las necesidades de las grandes mayorías. Esto no es propaganda. Si se hace una rigurosa revisión de los indicadores que reflejan el bienestar humano, resulta evidente que la expectativa de vida de sus ciudadanos estuvo siempre por encima de la media mundial, en tal sentido se puede comprobar que disminuyeron las muertes infantiles, y se incrementó la media en la talla de sus habitantes; en materia educativa se redujeron los niveles de analfabetismo, aumentando los niveles de población escolarizada; en cuanto a alimentación, la ingesta calórica y de proteínas per cápita eran muy superiores a las estadísticas presentadas por el bloque occidental y finalmente disminuyeron los niveles de desigualdad, la distribución de la riqueza fue mucho más equitativa entre sus habitantes.
Para revisar a fondo estos elementos que esbozamos someramente, recomendamos revisar el siguiente trabajo sobre «El nivel de vida en la Unión Soviética«. Allí se comprueba, en detalle, que el enfoque del gobierno socialista se dirige a satisfacer las necesidades fundamentales de la gente.
Estos hechos incuestionables se configuran como una amenaza para el sistema capitalista que opera desde la acera contraria: vela por los intereses de los más poderosos, afianza el sistema de desigualdad justificándolo a través de la peregrina idea del darwinismo social, promueve la acumulación desproporcionada, generando hambre y miseria para las grandes mayorías de la sociedad, trata a sectores fundamentales para la vida como la salud, la educación y la alimentación como una mercancía, y un largo etcétera de barbaridades que niegan a la humanidad en favor del mercado. El capitalismo es el Caín de la hermandad humana.
La respuesta del capitalismo y el bloque hegemónico occidental fue y es arremeter contra el contramodelo a través de la mentira, la desinformación y la propaganda insidiosa sobre la insistente y evidente búsqueda de la justicia en aquella incipiente experiencia socialista. Todo el sistema comunicacional imperialista -el cine, la televisión, la prensa, la opinión publicada- se puso al servicio del desprestigio de una alternativa que procuraba un mundo más justo, a través de un ser humano consciente y solidario.
Las medias verdades, la elaboración de mitos desproporcionados, la falsificación de datos, son ejercicio cotidiano en la fábrica corporativa de la mediática capitalista. El derrumbe del bloque soviético, como consecuencia de sus propios errores y de la confrontación en el terreno competitivo del enemigo durante la Guerra Fría, no detuvo la maquinaria de difamación, que ha parado hasta el día de hoy. La idea de un mundo de igualdad entre todos los seres humanos aterra a los poseedores del capital mundial.
Otro hito de octubre, se posa sobre Ernesto Guevara de la Serna como referente de la dignidad y la coherencia entre palabra y acción. Cuando Fidel Castro lo propuso como arquetipo y ejemplo del hombre nuevo, no lo hizo a la ligera. Su tesis se soportaba en una vida recta y consecuente. Su espíritu de lucha y sacrificio es la muestra para todos aquellos que buscamos construir un mundo más justo, de igualdad y felicidad. Es la otra dimensión de la utopía revolucionaria, aquella que toma como referencia la emulación de un sujeto que encarna sus principales virtudes.
Si hay algo que caracteriza al Che es su inquebrantable compromiso y constancia por la causa revolucionaria. En el libro de Ignacio Ramonet, 100 horas con Fidel, el líder de la Revolución Cubana, amigo, jefe y camarada de Ernesto, reflejaba esa cualidad que lo llevaba a enfrentar cualquier tarea, así fuera imposible para su persona. En su memoria, relata un ejercicio de preparación que hacían en México cuando se entrenaban para la acción guerrillera y que consistía en subir a la cima del Popocatépetl, a más de 5 mil metros de altura y con nieves perpetuas. El Che era asmático y esa misión era inalcanzable para su entidad. Así relata Fidel:
«Nunca llegaba arriba, nunca llegó a la cima del Popocatépetl. Pero volvía a intentar de nuevo subir, y se habría pasado toda la vida intentado subir el Popocatépetl, hacía un esfuerzo heroico, aunque nunca alcanzara aquella cumbre. Usted ve el carácter. Da la idea de la fortaleza espiritual, de su constancia, una de sus características».
Su asesinato en la selva boliviana se produjo desde los laboratorios de la CIA como arma de disuasión contra a la fiebre revolucionaria que se regaba por la pradera latinoamericana. Nuevamente apareció la infamia contra la imagen del guerrillero heroico, procurando socavar su imagen subversiva e impoluta con los más destemplados argumentos enajenados de la verdad. Pero como dijo el Che: «Donde quiera que la muerte nos sorprenda, bienvenida sea siempre que nuestro grito de guerra haya sido escuchado».
El efecto fue totalmente el contrario: el sacrificio y la imagen incorruptible del Che se convirtieron en un sendero de reafirmación de la convicción de los pueblos latinoamericanos en la búsqueda de la justicia y la igualdad. Sus discursos de fuego inextinguible por la dignidad de los pueblos, el ejemplo de coherencia entre su palabra y acción, forman parte de la tradición libertaria del continente, es parte del combustible que sostiene nuestra lucha.
Para la Revolución Bolivariana y los procesos de liberación universales, octubre es tiempo de reflexión y celebración de la esperanza. Los proyectos socialistas del siglo XXI deben marcar el futuro. El empeño determinista del liberalismo por ponerle fin a la evolución de la conciencia humana es inútil. No se trata solamente de que no todo está dicho, sino más bien que casi todo está por decirse y crearse en la nueva humanidad, la de las mujeres y los hombres nuevos que soñó el Che.
Se asoma hoy un profundo cambio de época. Dependerá del resultado de esta etapa de la pugna entre la opresión y la liberación, la humanidad y las corporaciones, la flor y el arma nuclear, la vida y la muerte, la sonrisa y la nada. La lucha de clases, como el tiempo, no se detiene, al menos no por ahora. Parafraseando al Libertador: esperamos mucho de esa lucha definitiva y sus tiempos: su inmenso vientre, lleno de contradicciones virtuosas, contiene más esperanzas y victorias por venir, que sucesos pasados y derrotas; y estamos seguros que sus prodigios futuros deben ser muy superiores a los pretéritos.
¡Siempre venceremos!
JORGE ARREAZA
Publicado en Misión Verdad.