Militancia alegre: resistir desde el gozo y la ternura I Por: Carolys Pérez

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En tiempos donde la lucha se ha presentado como sacrificio, donde se nos ha enseñado a resistir desde el agotamiento y la dureza, reivindicar la militancia alegre es un acto de rebeldía. Desde Venezuela, desde nuestras montañas y calles, desde nuestras comunidades que han sostenido revoluciones y procesos de transformación, propongo una mirada distinta: la lucha no tiene que doler para ser legítima.

Desde hace años, nos han hecho creer que la militancia tiene que doler. Que, para ser coherentes, hay que andar con el ceño fruncido, duras, implacables. Como si la rabia fuera el único motor legítimo de transformación. Pero quienes venimos desde abajo, quienes venimos de los márgenes y hemos parido nuestra identidad en medio de la precariedad y el amor, sabemos que hay otra forma de sostener la lucha: desde la alegría compartida, el gozo colectivo y el cuidado mutuo.

En Militancia Alegre, Carla Bergman y Nick Montgomery plantean que los movimientos verdaderamente sostenibles no nacen de la culpa o del sacrificio, sino del deseo de vivir vidas más plenas. “El gozo no es un lujo ni una distracción, sino una parte integral de cómo imaginamos y construimos el mundo que queremos habitar”, escriben. Esa afirmación resuena con fuerza en nuestras prácticas comunitarias, donde la resistencia no es solo trinchera: es fiesta, es cocina popular, es abrazo en medio del cansancio.

Como afrovenezolana y feminista, no puedo entender la lucha si no es desde la intersección entre el deseo de justicia y la necesidad de ternura. Audre Lorde nos lo enseñó hace décadas: “El autocuidado no es un acto de indulgencia, es un acto de supervivencia política”. Y a eso le agrego: el disfrute, la alegría, la ternura entre militantes también son formas de sostenernos, de evitar el desgaste y el cinismo que muchas veces intentan corroernos desde adentro. En nuestras parroquias, en los consejos comunales, en los movimientos feministas populares, vemos cómo se gesta cada día una militancia que canta, que baila, que se ríe mientras produce sentido político. Porque la alegría no es evasión, es método.

La alegría es organizativa. Construye confianza, afianza vínculos, nos conecta con la vida que queremos defender. Como dice Marcela Lagarde, “lo contrario de la violencia no es la pasividad, es el gozo compartido en libertad”.

Militar con alegría no es negar el dolor ni la opresión. Es decidir que no vamos a permitir que el dolor sea lo único que nos defina. Es abrirle espacio a lo que nos renueva, a lo que nos conecta, a lo que nos recuerda por qué empezamos. Y eso también es subversivo.

¡Nosotras y nosotros, las y los de la alegría seguiremos venciendo!
¡Palabra de mujer!

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