MILAGROS EN CUOTAS: PSEUDOCIENCIAS PARA TIEMPOS PRECARIOS/Dr. Elías Gonzalez Mendoza

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Vivimos en la era del delivery emocional. Puedes pedir sushi, pedir terapia y pedir sentido de vida, todo sin hablar con un ser humano.

El menú es variado: constelaciones familiares, PNL, reiki cuántico, coaching vibracional, psicoastralogia, psiconumerología, entre otros.

La promesa es simple: sanar rápido, pagar en cuotas y no pensar demasiado. Porque pensar, ya sabemos, es incómodo y poco viral.

Las pseudociencias son el Netflix espiritual de la precariedad. Ofrecen certezas instantáneas en un mundo que solo ofrece incertidumbre. Mientras la ciencia se corrige, duda y se contradice, ellas venden frases de catálogo: “haz esto y sanarás”, “visualiza abundancia”, “eleva tu vibración”.

No hay contexto, no hay comunidad, solo un individuo que debe autosalvarse siguiendo instrucciones mágicas.

El espectáculo es impecable: batas blancas, gráficos sin rigor, testimonios emocionados. Performance terapéutico con estética de laboratorio y guion de reality show.

Y claro, el curso online de 200 dólares que promete curar la ansiedad en tres minutos. La pedagogía del milagro exprés.

El problema no es solo la credulidad. Es la crisis de confianza en instituciones que fallan una y otra vez: salud, educación, política.

Cuando todo se derrumba, es lógico que la gente busque alternativas que al menos ofrezcan sentido.

Las pseudociencias llenan vacíos reales: afectivos, comunitarios, institucionales. Son síntoma, no solo enemigo.

Pero el precio es alto. Cuando estas promesas invaden la salud mental colectiva, desplazan lo estructural hacia lo individual.

El sufrimiento deja de ser expresión de precariedades sociales y políticas, y se convierte en un “desbalance energético” que el cliente debe corregir con disciplina y consumo. Si no funciona, la culpa es suya.

¿Tu salario no alcanza? “Visualiza abundancia”. ¿Tu comunidad está precarizada? “Eleva la vibración”. La despolitización del dolor en versión premium.

Las redes sociales son el escenario perfecto. En la cultura de la posverdad, la evidencia importa menos que la viralidad.

Un video bien editado pesa más que cien artículos revisados por pares. La pseudociencia maneja el algoritmo mejor que la academia. ¿Qué vende más: una discusión sobre determinantes sociales del sufrimiento o una técnica que promete curar la ansiedad en tres minutos? Spoiler: lo segundo.

Como psicólogo que transita entre arte y salud mental colectiva, observo este fenómeno con ironía y resignación pedagógica.

Entiendo la necesidad humana de agarrarse a algo cuando la vida se vuelve insoportable. Pero sé que estas soluciones enlatadas suelen ser más espectaculares que efectivas. Y en lo mental, lo espectacular tiende a ser peligroso

La salida no es ridiculizar al creyente. Es desmontar el espectáculo sin caer en elitismos.

El arte nos enseña a convivir con la incertidumbre sin inventar certezas. La salud mental colectiva nos recuerda que nadie se sana en solitario, mucho menos comprando soluciones mágicas.

Necesitamos una alfabetización científica crítica. No se trata de reemplazar pseudociencias con dogmas científicos, sino de invitar a comprender cómo se produce el conocimiento, cómo se evalúa y cómo se transforma.

Es un acto político y pedagógico, pero también artístico: una educación sensible que combina razón, cuerpo y comunidad.

Aceptar la ciencia crítica es aceptar la duda, la complejidad y la posibilidad de equivocarnos.

Es, paradójicamente, lo más antipseudocientífico que podemos hacer: abrazar la incomodidad de no tener respuestas simples.

Mientras tanto, las pseudociencias seguirán circulando con la agilidad de un meme. Seguirán ofreciendo sanaciones instantáneas y bienestar sin conflicto. Y seguirán siendo populares porque la institucionalidad científica aún no sabe hablar como ser humano, y mucho menos como comunidad.

Quizás la verdadera batalla no sea contra las pseudociencias, sino contra nuestra necesidad desesperada de certezas rápidas, sin dolor y sin política.

El arte, la psicoterapia caminada y la salud mental colectiva nos recuerdan que caminar con otros —literal y metafóricamente— es más transformador que cualquier promesa cuánticomágico-marketinera.

Y sí, lo sé: este mensaje no se viraliza. Pero al menos no te cobra 200 dólares

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