Nadie puede negar el alcance y la influencia de las redes sociales. Son un fenómeno que congrega a miles de millones alrededor del planeta. Igualmente, captura la atención de una verdadera masa de población, en el mundo globalizado de hoy. De hecho, las plataformas más populares (Facebook, YouTube, WhatsApp e Instagram, entre otras) suman en conjunto más de 6 mil millones de usuarios.
Lo que cada vez está menos claro es su pretendida inocuidad y su neutralidad, al menos desde el punto de vista político. De acuerdo con el paradigma de la sociedad de la información y el conocimiento, estas redes serían vitales para la construcción de sociedades más inclusivas, libres y democráticas.
En realidad, esa era la apuesta original de Internet: un mundo más integrado y diverso. Sin embargo, la lógica del capital va dictando otros derroteros. De a poco la publicidad y el mercado han ido arrinconando a las comunidades virtuales y sus espacios naturales.
Señal de alarma
La primera campanada se dio con el sonado escándalo de Cambridge Analytica. Ese hecho dejó al descubierto, cómo Facebook utilizó información confidencial de sus usuarios con fines políticos. Un manejo tan antiético y nada inocente terminó favoreciendo la candidatura de Donald Trump y su posterior llegada a la presidencia de EE.UU.
También se sabe que la salida del Reino Unido de la Unión Europea, hecho conocido como el Brexit, estuvo «contaminado» por este manejo poco escrupuloso de los algoritmos. Así nació el uso de la denominada metadata (masa enorme de información), crucial para predecir tendencias o, peor aún, crearlas a conveniencia.
Igualmente, se originó a partir de estos hechos el concepto de las post verdad, es decir verdades que se basan en emociones, o mejor dicho la manipulación de estas emociones. Dadas las magnitudes de este caso, el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, fue interpelado en el Congreso estadounidense.
Lágrimas de cocodrilo
En una suerte de contrición mediática, el jóven empresario pidió excusas. «Esto fue una gran ruptura de confianza y lamento mucho que haya sucedido. Ahora nuestra responsabilidad es asegurarnos que no vuelva a ocurrir nunca más«.
Y aquí viene la gran pregunta: ¿Realmente estaba arrepentido Zuckerberg? o su declaración fue como hacen los niños traviesos, tan sólo lágrimas de cocodrilo. A la luz de las candentes denuncias de una ex empleada, la balanza se inclina hacia lo segundo.
Sophie Zhang, quien renunció recientemente a la plataforma Facebook, asegura tener «las manos manchadas de sangre«, dada la larga lista de países donde la red amparó la manipulación política, bien permitiendo la circulación de mensajes falsos o por la negligencia frente a la creación masiva de cuentas también ficticias.
Zhang revela que detectó un «comportamiento no auténtico coordinado«, término técnico para al uso de múltiples cuentas falsas, que se emplearon para posicionar mensajes en favor del mandatario hondureño, Juan Orlando Hernández.
Sangre en las manos
Una manipulación similar sucedió en Bolivia en la etapa previa al golpe de Estado contra el líder indígena, Evo Morales. Y también en el Ecuador de Lenin Moreno. En el caso específico de la nación ecuatoriana, la ex empleada asegura que se dejó circular información favorable a Moreno en la etapa previa a la crisis de la pandemia. Ahora Zhang se pregunta si la actuación presidencial frente al covid-19 habría sido distinta si se hubiera retirado a tiempo esos falsos contenidos.
En Estados Unidos, España y Brasil, la red de Zuckerberg sí actuó diligentemente retirando cuentas y contenidos falsos, que pudieran ser perjudiciales para funcionarios políticos de alto perfil. Como sucede con la economía y la política internacional, hay zonas que gozan de grandes privilegios, pero hay otras que son menos importantes, en materia de derechos.
A luz de estos actos queda en evidencia que Zuckerberg no estaba arrepentido. Igualmente, se constata que tiene las manos aún más manchadas de sangre.