Otra vez se burlan. Otra vez pretenden reducirnos a un meme, a un chiste cruel que circula por redes en Washington o Miami. Les incomoda vernos uniformadas, con el fusil en mano o con la arepa en la mesa, sosteniendo la vida de una patria asediada. Les incomoda porque saben que somos nosotras, las mujeres, quienes tenemos la fuerza moral y la capacidad organizativa para resistir donde ellos quisieran que todo se derrumbe.
Cuando el imperio se ríe de nuestras milicianas, no solo se mofa de un uniforme o de una postura marcial. Lo que está intentando ridiculizar es la presencia de las mujeres en los espacios de poder, de resistencia y de defensa de la patria. Esa burla no es un hecho aislado: es una expresión de violencia simbólica, de misoginia política y de la persistencia de un orden patriarcal que teme ver a las mujeres como sujetas plenas de acción histórica.
Diversos estudios feministas coinciden en que los conflictos armados y los bloqueos económicos tienen efectos diferenciados sobre las mujeres. Naciones Unidas ha documentado cómo en contextos de asedio, las mujeres soportan una doble carga: sostener la vida cotidiana y, al mismo tiempo, insertarse en roles de defensa y liderazgo comunitario. En Venezuela, aunque aún no existan estadísticas precisas que discriminen este impacto, basta observar la realidad: somos nosotras quienes garantizamos la alimentación en los CLAP, quienes mantenemos abiertas las escuelas, quienes producimos en el campo y quienes, además, participamos en la organización de la milicia.
Esto lo tenemos más que claro, el patriarcado se sostiene en la desvalorización del trabajo de las mujeres. Y, sin embargo, es precisamente ese trabajo invisibilizado el que hoy marca la diferencia frente a la guerra cognitiva y psicológica que pretende desmoralizarnos. Resistir es también levantarse cada mañana, organizar a la comunidad y mantener la esperanza en pie.
Las mujeres en Venezuela, somos más que un meme y sobretodo muchísimo más que un estereotipo, tenemos nombres, apellidos y números de cédula por las cuáles somos nombradas y dignificadas a diario desde nuestro protagonismo irreductible como sujetos históricos llamados a ser y hacer la Revolución, por eso la burla ni nos duele, ni nos perturba, pues esta reproduce un patrón histórico: el de negar la legitimidad de las mujeres como sujetas políticas.
La instrucción es clara: la lucha no es solo con las armas. La guerra también es cognitiva, psicológica, simbólica. Y frente a esa guerra, nuestra mayor resistencia es sostener la cotidianidad. Que la escuela abra, que la siembra se mantenga, que el mercado popular no se caiga, que la comunidad sienta que la vida sigue. Ese ímpetu lo llevamos nosotras, las mujeres, protagonistas de esta lucha.
No estamos en los márgenes de la defensa de la patria: estamos en la primera línea. Y no lo hacemos desde una condición impuesta, sino desde la conciencia de que nuestra acción cotidiana —sea en la trinchera, a la cabeza de nuestros puestos de liderazgo político, territorial, comunal, en la siembra o en la mesa del hogar— constituye un acto político de resistencia y nosotras como históricamente lo hemos hecho, venceremos, ¡Palabra de mujer!