Lealtad en los tiempos del coronavirus: La inagotable traición de la derecha

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“Con Judas no se pelea, él solito se ahorcará…”
Hugo Rafael Chávez Frías.

«¿Incluso tú, Brutus?» escribió Shakespeare. La familia de Brutus siempre estuvo en contra de los tiranos y quizás fue este uno de los motivos principales que lo impulsó a asesinar a Julio César. Durante la Gran Guerra Civil Romana formó parte de la oposición y Julio César lo perdonó. Pero Casio lo usó en su conspiración contra César, y Brutus actuó junto con otros senadores en una de las más terribles traiciones de la historia. Incluso Dante Alighieri lo plasmó dentro de la Divina Comedia junto a Casio… y Judas.

Judas es el anti héroe por antonomasia de la humanidad, no hay hacia el traidor apóstol ni un asomo de compasión, ni una pizca de comprensión, ni una argumentación válida para salvarlo un poco de la trágica posición que ocupa en la historia, y no es para menos: entregó la vida del “Señor” Jesucristo, al que había acompañado por los caminos de Galilea, al que había visto hacer milagros y prodigios sobrenaturales, y a quien había jurado lealtad-.

De la dramática traición de Judas a Jesús, Dios hizo que surgiera algo aún más impresionante.

Fue él quien indicó a las autoridades dónde podían detener fácilmente a Jesús. Por la noche, en el monte de los Olivos. Y fue él quien lo señaló ante los soldados, mediante un beso. Por el precio de esta traición, Judas recibió treinta monedas de plata. Para el Evangelio de Juan, ahí está la explicación: Judas se dejó comprar. De hecho, él era el encargado de guardar el dinero de la comunidad, y lo robaba pretendiendo dárselo a los pobres.

Algunos piensan además que Judas se había sentido decepcionado por Jesús. Porque, tal vez, era partidario de una revolución violenta. El rechazo de Jesús a ser proclamado rey y dirigir un movimiento político de liberación pudo indignarle. Sean cuales sean las razones de Judas, una cosa está clara: era libre. Como todos los demás, que eligieron, que tomaron partido a favor o en contra de Jesús. Y como el propio Jesús, que asumió el riesgo de elegir a Judas como apóstol.

Más tarde, los cristianos, indignados por esta traición, buscaron en las Escrituras, textos que podían predecir la acción de Judas; por ejemplo, en los salmos: “hasta mi íntimo amigo, en quien yo confiaba y que compartía el pan conmigo, me ha puesto la zancadilla”.

Hugo Chávez estaba diseñado para triunfar, era un “animal político” dotado de una intuición y una capacidad para entender su tiempo y su momento, como pocas veces se ha visto en la historia contemporánea. Chávez es la consagración de todas las virtudes asociadas a los valores clásicos de la sociedad moderna, y la lealtad es sin duda, una joya aquilatada en el llanero uniformado, por esos giros dramáticos, por esas torceduras de la historia que lo predestinaron para cambiar el rumbo del mundo en lugar de lanzar pelotas de béisbol desde un montículo.

Los primeros en “olfatear” el perfume de vencedor del joven teniente barinés, son a su vez los primeros en sentir, años después, que “torcer la voluntad” del comandante rebelde, no iba a ser un asunto fácil. Se habían equivocado con Chávez. Miguel Henrique Otero intentó cortejar al militar, sumarlo, dominarlo. Otero había llegado incluso a costear el guardarropa “nuevo de paquete” con que Chávez vestiría en sus compromisos políticos. Haciendo gala de un pragmatismo legendario, Hugo Chávez acepta la ofrenda, y se lanza al ruedo.

La primera pelota devuelta es del comandante, una vez en el poder, los grupos empresariales acostumbrados a manejar el país, lo conminan a “dejarse conducir”. La ocasión para demostrar que estaba hecho por dentro, no tardaría en dejarse ver. Chávez se resiste, se mantiene incólume, firme y determinado. Jamás traicionaría a su pueblo, jamás abandonaría a quienes habían confiado al comandante, no solo la conducción de la patria, sino sus vidas y sus corazones.

De inmediato los sentimientos, las emociones, las cargas afectivas y los “amores” se apoderan del discurso presidencial, y la respuesta de su pueblo llega empapada de los mismos ingredientes. La receta empieza a funcionar, y la derecha, imposibilitada genéticamente para comprenderlo, empieza a sentir miedo. El miedo es, en esencia, una reacción hacia lo desconocido, hacia lo que no se comprende. Y la oposición venezolana ha demostrado con creces que no es capaz de caminar en esa dirección, pues su “lucha de clases” no es tal. Solo les anima el desprecio ancestral por todo aquello que no forme parte de su casta, de su selecto y reducido universo oligárquico, de su círculo elitista y de sus intereses mercantiles.

Camuflados, muchos lograron penetrar el corazón del comandante. Pero la dinámica violenta, visceral de nuestros tiempos, les hicieron imposible mantenerse en las sombras mucho tiempo.

Chávez reacciona magnánimamente ante la traición de la meritocracia petrolera de aquel primer ensayo. Asombrosamente, les perdona, les invita a reflexionar y a continuar en sus puestos de trabajo, haciendo lo correcto “por el bien de la patria, de sus hijos, del porvenir de todos”. Los más caros errores del comandante le pasarían factura justamente en ese terreno. La traición es un hecho continuo, pero con fecha de vencimiento, pues los hombres serán traidores para siempre una vez que lo han hecho, pero su tiempo es limitado sobre la tierra, y así, su capacidad de dañar es efímera. La lealtad es eterna, pues una vez muerto el hombre, la lealtad permanece como valor, como inextinguible referencia moral, y como ancestral legado.

En abril de 2002, Chávez regresa de una muerte segura, es una resurrección política increíble. Nunca antes se vio nada igual, y Chávez lo sabe. Ahora sabe que su pueblo está dispuesto a todo. La lealtad del comandante crece exponencialmente y la lealtad de su pueblo le sigue los pasos.

Pero la traición sería ahora más ponzoñosa, mas arribista, más arriesgada…

Es curioso que Chávez solo “traicionará” una cosa en su vida. Se negó a ser como el “producto convencional” de los cuarteles. Chávez era un militar atípico. La clase castrense era el brazo armado de los partidos políticos. De los cuarteles no tenía por qué salir un monstruo como Chávez. Era la negación histórica de la tradición militarista, de la “derecha gorila latinoamericana” Chávez estaba traicionando las viejas prácticas del garrote militar. Solo Bolívar y Chávez salieron de un cuartel para liberar a sus pueblos. El uso de la fuerza estaba ahora al servicio de los menos afortunados y eso la derecha no pudo soportarlo.

De allí su muerte. Había que asesinar a un hombre que jamás se habría arrodillado ante el poder imperial, que había despertado a un continente entero, y que había trastocado la retórica neoliberal hasta volverla añicos.

En el transcurso de una entrevista telefónica con Ernesto Villegas, Chávez devela una frase lanzada durante el golpe cívico-militar del 4F y que sería cincelada para resguardo en el tiempo:

“Fíjate esto hermano, es cortico “rendición -se llama- aviones rasantes, centellas, enemigos, miles de ojos miran inocentes, niños enjaulados en latas y cartones a las faldas de la colina…” yo estaba en la colina allá, el cuartel de la colina, cuartel 4 de febrero que lo estoy pintando aquí, por cierto, amanezco pintando ahí lo voy logrando el cuartel, cuartel de la montaña allá, cuartel 4 de febrero ahí estaba yo en la azotea los aviones rasantes ¿eh! Los niños enjaulados allá abajo, las casas de cartón, amanecía, etc.

“Me escudriñan los ojos amanecidos de mi tropa rebelde, rojos de boina, tricolor de brazaletes, mi Comandante peligra la patria, volaremos de nuevo como las águilas, paracaidistas por Venezuela, incertidumbre terrible, ¿suicidio sin sentido? -Me pregunto- ¿genocidio, fratricidio? ¡No! abajo los fusiles, armen pabellones, silencio en los cañones y un frío profundo en el corazón como de muerte. Rendición muchachos, por ahora” ahí termina y con unos dibujitos que le hice ahí».

Lealtad. Esa es la clave, Chávez se inmola para evitar la inevitable desgracia que le sobrevendría a los suyos, por pequeño y prescindible que fuera el papel que la historia les había encomendado desempeñar, la gloria del comandante comienza a escribirse no sobre las espaldas de sus subalternos, sino “al lado de ellos”.

Hace apenas pocos días, un grupo de hombres fue abandonado a su suerte en una playa de Chuao, después de haber sido convencidos de aventurarse en una desquiciada e improbable intentona para asesinar y deponer a Nicolás Maduro.

Sus líderes, haciendo a un lado cualquier compromiso moral, cualquier lealtad deseable, les entregaron a las manos del demonio y guardaron un silencio que duraría muy poco en ser quebrado por la incontinencia y la necesidad de brillo mediático de algunos actores. Ya las impecables labores de inteligencia de la revolución les habían expuesto públicamente. “No tenemos relación ni responsabilidad alguna del accionar de la empresa SilverCorp o su representante. Tal como ha sido reflejado por la prensa internacional, y reconocido por el propio Goudreau, su accionar estuvo penetrado por la dictadura y mantenía una vinculación directa con el ciudadano venezolano Clíver Alcalá, hoy en custodia de las autoridades judiciales de los Estados Unidos”, aseguró Guaidó.

Amarrados con nylon, sometidos en una playa, unos pobres monigotes de la conspiración imperial, entraban a la historia por la puerta de atrás. Hoy están solos. El único comentario por justificarlos, ha salido de boca del mismísimo presidente Maduro. Nicolás conoce la miseria del corazón humano.

Minutos después de la muerte del Salvador en la cruz del calvario, Judas se ahorcaba con una soga que ató a las ramas de un árbol, y cuenta la historia paralela, que la rama que lo sostenía se quebró, y el cadáver, yendo a parar a un peñasco, terminó con las entrañas del traidor esparcidas sobre la tierra.

El 5 de marzo de 2013, Hugo Rafael Chávez Frías, muere “aferrado a Cristo”: el epítome de la lealtad labrada desde el amor por los demás. Sin haber traicionado jamás sus compromisos, su ética y su lucha. Hay traiciones que ni nuestros «Judas modernos», son capaces de hacer prosperar.

Venezuelan President Hugo Chavez touches an effigy of Jesus Christ during a mass officiated to commemorate the 20th anniversary of the ‘Caracazo’, a wave of violence and riots that wreaked havoc across the Venezuelan capital leaving a toll of 276 dead. AFP PHOTO/Juan BARRETO

 

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