Por: David Gómez Rodríguez
El acto de justicia más grande que ha vivido Bolivia en su historia es haberse visto como pueblo en el poder, por fin reconocerse como nación y levantar la Whipala con orgullo junto a la bandera de Bolivia. El hecho simbólico tuvo repercusiones trascendentales en la vida política, económica, cultural y social del país.
Levantar la Whipala no constituye un acto protocolar, sino una reivindicación del ser, del sujeto que habían convertido en objeto, del indígena que habían humillado hasta desplazarlo de su dignidad, del trabajador que habían explotado entre minas hasta hacerlo más de tierra que de carne, de la mujer que convirtieron en blanco de burla y vejación por su forma de vestir y hablar, del ciudadano al que ensombrecieron entre el racismo, el colonialismo y el neoliberalismo.
La Whipala es el símbolo de siglos de resistencia, de una cultura que se ha mantenido viva en el pueblo, protegiendo raíces y creencias al ras de la discriminación y la represión. En tal sentido, levantar la Whipala con orgullo es un acto de dignidad y en los últimos 14 años este hecho simbólico ha tenido repercusiones trascendentales en la vida política, económica y social de Bolivia. El país se dio cuenta que podía ser libre, que podía superar la pobreza, la desigualdad y el racismo y pasó de ser el país más pobre del continente, a ser el país con el mayor crecimiento de toda la región, todo bajo la presidencia de un indígena que nunca dejó de hablar de los movimientos sociales, de la defensa de la pachamama y del socialismo.
No es extraño entonces que la primera acción de la oposición boliviana sea arremeter con violencia y descaro contra los símbolos y contra el pueblo indígena mismo. Pues el objetivo político de este movimiento insurreccional no es solo el derrocamiento del Presidente Evo Morales, sino la instauración de un sistema que niegue la plurinacionalidad del país andino, y con esto volver a las viejas políticas neoliberales, que garanticen la materia prima barata a los países desarrollados y el control del imperialismo norteamericano sobre américa latina, mientras los indígenas son explotados cada día con más ahínco. Quemar la Wiphala es quemar al pueblo boliviano y a su cultura, pues como ha dicho el dirigente indígena Felipe Quispe “La Wiphala no es del Evo Morales ni del MAS, es nuestro símbolo de los aymaras, quechuas y otras naciones indígenas y originarias. El temblor vendrá desde abajo. Carajo”.
El discurso racista de Luis Fernando Camacho, del candidato opositor Carlos Mesa y de sus seguidores, ha provocado el levantamiento de los campesinos aymaras del altiplano, de toda la comunidad de El Alto y de diversos sectores del país, que se han pronunciado dando declaraciones de apoyo a Evo Morales y volcándose a las calles, tomando varias estaciones de policía que se habían amotinado contra el gobierno socialista. Luis Fernando Camacho pidió tolerancia hacia aquellos que utilizan la Whipala, sin embargo, pedir tolerancia a lo indígena en un país con más del 80% de la población indígena es prepotente e indignante ¿Por qué se debe tolerar lo indígena en Bolivia, acaso es algo incómodo, malo, sucio? ¡La oposición a Evo Morales es abiertamente racista!
El desafío más grande que tiene actualmente el pueblo boliviano es mantener su dignidad a través de la defensa de la democracia y de un sistema que reivindique la multiculturalidad y la justicia social. No se trata de una batalla más, hoy los bolivianos están nuevamente frente a la colonia: La imagen de los dirigentes de ultraderecha en el palacio de gobierno con una biblia y la quema de la Wiphala son claros indicios de la masacre que quieren realizar contra el pueblo, hace quinientos años el escenario fue parecido y con la espada y la cruz fueron matando a todo lo que no se parecía a su Dios. En el siglo XXI siguen usando la misma cruz y con ella justificaran el sufrimiento del pueblo mientras se llevan el gas y el litio, su Dios ahora es el dólar, el mismo con el que quisieron comprar la vida de Evo Morales.
@davidgomez_rp