por: Roberto Hernández Montoya
Hay que ver que la humanidad es bien temeraria. Cuenta a diario con la verdad cuando nadie sabe qué es eso. ¿Tú sabes? Yo no. Y cada día menos. Es que no lo supieron ni los más grandes filósofos. Y filósofas, que hubo de las mayores, Hipatía, Beauvoir, Zambrano. No supieron y eso que dedicaron casi toda su vida al tema.
Comprenderás que es un peligro vivir sin saber lo que es la verdad.
No sabemos y nos preocupa. Pero hay a quienes no solo no preocupa sino que les interesa más decir mentira y te lo echan en cara con desparpajo publicando columnas llamadas runrunes y trabajando a sueldo de imperios. Son periodistas que llaman prepago. Gracias a esta crápula afanosa sabemos o intuimos lo que es la mentira. Ya es algo porque podemos contar con que todo lo que profieren es mentira aunque a veces dicen lo que piensan o pensamos que es la verdad porque la dicen para reforzar la mentira. Son confiables.
Cuando era niño anunciaba:
—Voy a pegarle a esa hoja verde — y lanzaba una piedra a un árbol.
Burla burlando decía una verdad que se verificaba enseguida. Profecía autocumplida que le dicen. O sea, que se puede crear verdad como se engendran descendientes que no descienden sino que más bien crecen.
Pero la humanidad es más temeraria todavía porque cuenta con otros conceptos igualmente resbalosos como amor, tiempo, realidad, vida, muerte, cordura y, peor, locura.
A San Agustín preguntaron una vez por un concepto huidizo y respondió: “Lo sabía hasta que me lo preguntaste”.
Hay afortunadamente conceptos más confiables, como el arroz con pollo. El orgasmo es confiable aunque indefinible, salvo lo que dijo García Márquez cuando lo comparó con un temblor de tierra.
Con todo y no saber lo que es la verdad llegamos a la Luna, aunque hay quien desconfía de esa hazaña. Colón llegó por estos lares creyendo que era verdad la mayor mentira que se conoce.
No sé lo que es la verdad pero sé que no vivo en La India. Aqunque sí sé que soy indio porque soy de la estirpe de Guaicaipuro, Apacuana, Chacao y también, por otro costado, del Negro Miguel, que se autoproclamó rey, y de Negro Primero, así que tengo derecho a una humilde petulancia.
Debo el título de este artículo a Emilio Hernández.
La verdad no sé si todo esto es verdad.
@rhm1947