La terrible noche del ministro | Por: Earle Herrera

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Aquella mañana el palacio federal legislativo era un burbujeante magma de sentimientos y resentimientos. En la Asamblea Nacional, presidida por el diputado Diosdado Cabello, todo estaba dispuesto para la juramentación del presidente electo, Nicolás Maduro Moros. El protocolo hacía esfuerzos para ordenar a un público donde cada quien era o se creía un poder. Presidentes, jefes de Estado, diplomáticos, parlamentarios y el poder popular. En algún lugar, un espontáneo que burlaría la seguridad, llegaría hasta del presidente electo y rasguñaría sus cinco minutos de gloria.

El ministro, como sus colegas, llegó temprano para coger agua clara. Los cambios presidenciales provocan gelatinosos estados de nervios. Dentro del hemiciclo se formaban grupos en los que la pregunta común era: ¿qué sabes tú? El ministro, alto, rubicundo, sobrado, ojos claros azogados de hiel, se aproximó a unos cuatro diputados y no hizo la apremiante preguntita: ¿qué sabes tú? Él sabía del rumor de que podrían enviarlo a un lugar que llaman “un mejor destino”, al que ningún burócrata quiere ir.

Lo apodaban “el hombre de la busaca”, por el poder económico que manejaba. Siempre miraba por encima del hombro, a lo que lo ayudaba su estatura. Se refirió a la crisis, a lo difícil de la elección, a la victoria por 300.000 votos de estrecha ventaja, para insinuar que el presidente electo no podría prescindir de él (aunque nadie lo estaba sacando, pero presentía algo). Subrayaba la confianza que siempre le tuvo el presidente Chávez (Hugo, lo llamaba). El hombre transpiraba un incómodo resentimiento que dejaba colar con alusiones tangenciales sobre el presidente Maduro. Por primera vez oí algo que jamás planteó el comandante Chávez: la formación de un triunvirato para dirigir el país.

Historia de por medio, la enajenada perorata del ministro me recordaba la novela de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano. Parecía escapado de sus pasajes más sórdidos en el choque del poder y la condición humana. Su figura se me fue empequeñeciendo. Concluí que su amargura empezó a engendrarse –no solo en él- la noche del 8 de diciembre de 2012, cuando el convaleciente presidente Chávez, desde su última, serena y más dramática proclama, dijo: “elijan a Nicolás Maduro”.
Jamás olvidaría la luna llena.

EARLE HERRERA

Constituyente

Publicado en ÚN.


 

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