La revolución no toma vacación | Por: Earle Herrera

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Desde la presidencia de la FCU-UCV, cuando los libros olían a flores y plomo, Juvencio Pulgar proclamó: “entre bonche y revolución no hay contradicción”. Tenía razón el entonces dirigente universitario. Lo que sí le estaba vedado a la revolución, antes y después de aquellos locos, violentos y poéticos años 60, era irse de vacación. El último en tomarse un año sabático fue el líder de la revolución ciudadana ecuatoriana, Rafael Correa, y su delfín designado se lo comió en caldo de ñame.

Qué vaina con los delfines! “Y con los compadres”, acotaría el general Cipriano Castro, quien enfrentó el bloqueo de los imperios de su tiempo y, por eso mismo, le estaba prohibido apartarse del poder, incluso por malestares urológicos. Salió a chequearse esa parte y su compadre Juan Vicente Gómez le bloqueó todo retorno. Ni siquiera una revolución light como la de Correa, con un adjetivo gastroprotector que la hacía digerible –“ciudadana”-, tenía derecho a un asueto. Correa, después de un buen gobierno, creyó haberse ganado un merecido descanso y viajó a Europa a tomárselo. Al retornar de la villa, cayó en cuenta de que su revolución… había perdido la silla.

Esta semana, el legendario Raúl Castro anunció su relevo en el partido comunista de Cuba. Pero, para quienes quieran oírlo, aclaró algo a sus 90 años: sigo con el pie en el estribo y listo para tomar el fusil. No hay “descanso del guerrero” para el viejo revolucionario. No estoy haciendo leña del árbol caído del camarada Correa; estoy leyendo en el libro abierto, vivo y palpitante de nuestra América Latina, esta patria grande que jamás aceptará el remoquete de “patio trasero”.

Desde el 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez no tuvo un día de descanso ni sosiego. Asume la presidencia en 1998 y, desde entonces, la palabra asueto desapareció de su horizonte. Derrota un colosal sabotaje petrolero y un golpe de Estado que lo sacó por unas horas del poder. Esas victorias no se traducirían en un necesario descanso. Por el contrario, le cortó para siempre las amarras al chinchorro. Vino la muerte e impuso sus designios, pero el proceso bolivariano, ahora con Nicolás Maduro al frente, ni entonces ni más nunca se iría de vacaciones. Como individuos, sus hombres y mujeres pueden hacerlo. A la revolución, no le está permitido.

EARLE HERRERA

Diputado AN

Publicado en ÚN.


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