La aguda observación del poeta y antropólogo Carlos Castañeda, “La mucha luz es como la mucha sombra, tampoco deja ver”, encierra una profunda paradoja sobre la naturaleza de la percepción y la comprensión. A primera vista, luz y sombra se presentan como polos opuestos, donde la una revela y la otra oculta. Sin embargo, Castañeda nos invita a contemplar un punto de convergencia donde la intensidad extrema de cualquiera de ellas produce un efecto similar: la ceguera. Esta frase, aparentemente sencilla, despliega una rica red de significados que se extienden desde lo físico y sensorial hasta lo metafórico y espiritual.
En el plano físico, la verdad de esta afirmación es innegable. Una fuente de luz demasiado potente, como mirar directamente al sol, nos impide distinguir detalles e incluso nos ciega temporalmente. La abundancia desmedida de fotones satura nuestros receptores visuales, anulando la capacidad del ojo para discernir formas, colores y profundidades. De manera análoga, una oscuridad absoluta absorbe toda radiación lumínica, sumiéndonos en un vacío visual donde la distinción entre objetos se desvanece. En ambos extremos, la información necesaria para la visión se pierde, ya sea por exceso o por ausencia.
Esta analogía física se proyecta de manera elocuente al ámbito del conocimiento y la comprensión. Una “mucha luz” puede interpretarse como un exceso de información, una avalancha de datos sin filtrar ni contextualizar. En la era digital, estamos constantemente bombardeados por un flujo incesante de noticias, opiniones y estímulos que, paradójicamente, pueden nublar nuestra capacidad de discernimiento. La sobrecarga informativa nos dificulta identificar lo esencial, analizar críticamente y formar juicios sólidos. Al igual que la luz cegadora, el exceso de información puede desorientarnos y dejarnos en la oscuridad de la confusión.
Por otro lado, la “mucha sombra” en el plano del conocimiento podría representar la ignorancia deliberada o el dogmatismo inflexible. Cuando nos aferramos ciegamente a una única perspectiva, rechazando cualquier otra idea o evidencia, nos sumimos en una oscuridad autoimpuesta que nos impide ver la complejidad y la riqueza del mundo.
Más allá del intelecto, la frase de Castañeda resuena en el ámbito de la experiencia personal y espiritual. Una “mucha luz” podría simbolizar una búsqueda obsesiva de la iluminación o la trascendencia, un afán desmedido por alcanzar un estado idealizado que nos impida apreciar la belleza y el aprendizaje inherentes al proceso. La ansiedad por “verlo todo” puede cegarnos a las pequeñas revelaciones y a la sabiduría que se encuentra en los matices de la vida cotidiana. De manera similar, una “mucha sombra” en este contexto podría representar el miedo, la duda paralizante o la negación de nuestro propio potencial, impidiéndonos explorar las profundidades de nuestro ser y descubrir nuestra propia luz interior.
Así, la sabiduría de la frase “La mucha luz es como la mucha sombra, tampoco deja ver” perdura como un recordatorio constante de la sutileza de la percepción y la complejidad del conocimiento. Nos desafía a cultivar una mirada atenta y reflexiva, capaz de navegar entre la claridad y el misterio, reconociendo que a veces, para poder ver con nitidez, es necesario aprender a apreciar tanto la luz que ilumina como la sombra que define los contornos de nuestra comprensión.
Que no se nos olvide que nosotras y nosotros somos las y los de la palabra y la acción que ilumina. Seguimos venciendo, ¡palabra de mujer!
Carolys Helena Pérez González
ÚN.