La ofensiva de la neobarbarie | Por: Alfredo Carquez Saavedra

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Que la humanidad está en riesgo por culpa del hombre ya no es una presunción, una hipótesis, una idea etérea, una especulación. La afectación negativa del medio ambiente por el irrespeto del hombre a la madre Tierra es un hecho insoslayable. Y, además –para colmo y como si fuera poco–, surge una vez más el fantasma de la guerra y la ofensiva de la barbarie.

No es la primera vez en la historia del homo sapiens que este demuestra su poco afecto por la sabiduría. Sin viajar muy lejos al pasado, podemos recordar situaciones en las que la crueldad, el odio a lo distinto, los prejuicios y la ignorancia, se han impuesto como norma de conducta en distintos momentos para justificar muerte, conquistas de territorios, desplazamiento de poblaciones y hasta extinciones de culturas y pueblos enteros. Los europeos, por ejemplo, han practicado lo antes enumerado en la misma Europa, en América y el Caribe, en Asia, África y Oceanía.

En diversas ocasiones, inculcar el miedo al otro ha sido una fórmula de mucha utilidad para ascender al poder, para mantenerlo o para justificar la eliminación de rivales de cualquier signo. Y en esa estrategia, la mentira siempre entra en la ecuación. Apelemos a experiencias de las últimas décadas. Las intervenciones armadas de Estados Unidos y algunos de sus socios (hoy despreciados en la Organización del Atlántico Norte) en Irak, Libia, Siria, se sustentaron en discursos plagados de falsedades, no solamente en contra de esos Estados nacionales, hoy disminuidos, sino también contra sus ciudadanos, su cultura y su religión.

El nazismo redujo (baste leer algún discurso de Adolfo Hitler o algún texto de Josep Goebbles) a los polacos, checos, eslovacos, rusos y otros vecinos; así como a los judíos, gitanos, comunistas, socialistas, homosexuales, a la categoría de subhumanos, para legitimar sus atrocidades. En el Chile de Pinochet se llegó a hablar de humanoides para referirse a los militantes de la Unidad Popular, con el objetivo de negarles sus derechos humanos. Y el Estado supremacista de Israel –así como ocurrió en Sudáfrica y Namibia durante el régimen segregacionista (apoyado por Estados Unidos y el propio Israel)– mantiene desde hace décadas un sistema de apartheid en contra del pueblo palestino.

En esta realidad de la neobarbarie, el hijo de migrantes Donald Trump –ante el silencio cómplice de Europa, Japón, Canadá, Australia y algunas sucursales de la Casa Blanca en nuestro continente– contraviniendo el derecho internacional y los derechos humanos, contrata a Nayib Bukele (nieto de migrantes) para enviar a un campo de concentración de El Salvador a cientos de venezolanos acusados, sin juicio alguno, de ser parte del Tren de Aragua.

Algo parecido hizo otro migrante, Adolfo Hitler, hace cerca de 91 años, cuando creó los primeros centros de detención y eliminación en masa de seres humanos. Y en ese tiempo, también reinó un silencio vergonzoso.

 

Alfredo Carquez Saavedra

PSUV


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