La construcción de la crítica y la autocrítica, entendida como el resultado del estudio y la práctica revolucionaria concreta. Es una bandera, un ejercicio sano, necesario y por demás cotidiano en un proceso revolucionario como el nuestro, que se reinventa constantemente.
Ahora, la mera producción de la crítica fundamentada en supuestos y analogías abstractas entre las teorías clásicas y experiencias de revoluciones en otras latitudes; genera distorsiones no casuales que suelen abonar el terreno de ataques de la derecha nacional e internacional.
Digo esto, porque parece estar de moda, eso de escudarse en la crítica para ganar indulgencia y no asumir responsabilidades . Se han desatado los demonios internos de quienes, en este momento de difícil coyuntura política, económica y social, ven una oportunidad para acceder al poder o para salvarse el pellejo en el supuesto negado de que la revolución fracase.
Son los mismos que subestimaron al joven soldado, candidato en el 98. Huéspedes fieles de la zona de confort, a los que nadie “les advirtió” sobre la posibilidad de pasar roncha en medio de un combate contra el imperialismo.
Militantes fieles del “todo está mal porque no lo hago yo”. Que decidieron hacer política desde un teclado, quedarse inertes, mirar de reojo y dejarse llevar por la marea.
FRANSAY RIERA