La creatividad como músculo político | Por: Carolys Pérez

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Durante décadas, nos han hecho creer que la creatividad es un lujo, una excentricidad reservada a artistas o genios. Pero esa idea es profundamente funcional al modelo neoliberal: si solo unos pocos pueden crear, entonces el resto debe consumir. Si la imaginación se privatiza, se debilita la posibilidad de pensar alternativas. Y eso, en política y en economía, es letal.

La verdad es otra: la creatividad es un estado natural del ser humano. Como dice Rick Rubin, crear no es inventar desde la nada, es reconocer lo que ya existe y darle forma. Y eso, en términos económicos, es profundamente subversivo: significa que no dependemos de estructuras heredadas para producir valor. Podemos generar nuevas formas de intercambio, de vínculo, de bienestar.

La neurociencia lo confirma. Cuando entramos en estado creativo, el cerebro activa su red por defecto: esa que se enciende cuando soñamos despiertas, cuando la mente divaga y conecta lo disperso. En ese espacio, emergen nuevas ideas, nuevas narrativas, nuevas posibilidades. Se liberan neurotransmisores como la dopamina, que no solo generan placer, sino también motivación. Las ondas alfa aumentan, favoreciendo la apertura mental. Crear, literalmente, nos saca del estado de defensa y nos coloca en modo construcción.

¿Y qué implica esto para la política económica? Que necesitamos dejar de repetir fórmulas agotadas y empezar a imaginar modelos que respondan a lo que verdaderamente late en nuestros pueblos. La creatividad no es un accesorio cultural: es un músculo político. Así como el cuerpo se transforma con el ejercicio, el cerebro se moldea con cada acto de creación. La neuroplasticidad lo demuestra: nuestras neuronas pueden generar nuevas conexiones toda la vida. El cambio no solo es posible. Es inevitable cuando nos atrevemos a imaginar.

Desde la izquierda, urge una política que no se limite a administrar la escasez, sino que se atreva a producir abundancia simbólica, afectiva, comunitaria. Crear no es acumular discursos: es depurar, es escuchar, es permitir que emerja lo esencial. Y eso no se hace sola. La creatividad es un proceso colectivo de reconocimiento, de escucha, de construcción compartida.

Las mujeres sabemos de eso. Nuestros cuerpos han sido escuela de creatividad: parir, cuidar, sostener comunidades, reinventarnos en la precariedad. Y la ciencia lo respalda: la oxitocina, la hormona del vínculo, también se eleva cuando creamos en colectivo. No es casualidad. El acto creativo es profundamente político porque nos conecta con la vida, con el deseo, con lo común.

La derecha quiere uniformarnos, convencernos de que no hay alternativas, arrancarnos la imaginación. Nuestra tarea es lo contrario: activar esa red creativa en el cerebro colectivo de nuestros pueblos, multiplicar los mundos posibles, abrir la puerta de lo que nos dijeron que era imposible.

Crear, entonces, no es un lujo estético ni un gesto accesorio. Es una función biológica, política y social que nos mantiene vivas, flexibles y conectadas. Si la política de izquierda desea mantenerse vigente, debe asumir la creatividad como un recurso estratégico: no únicamente para comunicar de otro modo, sino para pensar distinto, organizar con mayor agilidad y anticiparse a los desafíos históricos. Reinventarnos en todos los ámbitos.

La creatividad es, en definitiva, una práctica de salud individual y colectiva, y un recurso indispensable para sostener cualquier proyecto transformador en el tiempo. No necesitamos esperar inspiración. Necesitamos cultivar sistemáticamente las condiciones para que ocurra y estoy segura, que nosotras y nosotros lo alcanzaremos ¡palabra de mujer!

 

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