La comunicación en la era de internet (y 2) | Por: Luis Britto García

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La comunicación en la era de internet (y 2) | Por: Luis Britto García

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¿Qué función cumplen las variedades de internet? En principio, la utópica de convertir al receptor en emisor. Hacia el último tercio del siglo XX proclamó Marshall Mc Luhan que los medios de comunicación habían transformado el mundo en aldea global. Era una aldea, sí, pero de receptores, vale decir, de súbditos. Recibían ideas, modas, modelos de los centros hegemónicos, sin participar en ellos más que como toque de color local o curiosidad. Esta situación se repetía en cada país: la élite parroquial retransmitía, las masas recibían. Internet abrió transitoriamente la posibilidad de que el ser anónimo fuera escuchado. Pronto se evidenció que el individuo aislado no tenía posibilidades ante los grandes fabricantes de contenido. Por interesantes que fueran sus informaciones, no podían competir con la maquinaria noticiosa de CNN. Por divertidos que fueran sus mensajes, no tenían oportunidad ante los grandes facturadores de entretenimiento.

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Las llamadas redes sociales aprovecharon este fracaso. La disolución de las familias extensas y la concentración de la población en megalópolis donde nadie conocía a sus vecinos creó la oportunidad de revivir el cotilleo aldeano por medios informatizados. Señaló Vance Packard que bastaba ver nuestras libretas telefónicas para verificar que en medio de las enormes concentraciones urbanas seguíamos organizándonos en tribus de pocas decenas. Las redes sociales reinstalaron esos clanes aldeanos con medios informatizados, con la ventaja adicional de evitar el contacto personal directo. De un barrio a otro, de una a otra ciudad, de un país a un continente distinto, intercambiamos minuto a minuto trivialidades, aforismos, chismes, falsas autoimágenes para constituir parentelas informáticas sin consecuencias, que podemos borrar en cuanto se hacen molestas. A veces estos clubes de fantasmas se convierten en adictivas terapias de grupo que intercambian insultos, a veces en monstruos voraces que consumen el tiempo disponible para la vida. Todo menos la realidad.

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El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, reza el mil veces citado aforismo de Lord Acton. Dotados del inconmensurable poder que les confiere internet, los operadores de las redes no tardan en volverse legisladores, ejecutores y en última instancia censores de sus usuarios. Así, instauran vetos y códigos arbitrarios no votados por nadie contra determinadas organizaciones, personas o mensajes. En los servicios postales tal conducta abusiva sólo se permitía en caso de investigaciones criminales autorizadas por un órgano judicial o de medidas restrictivas de información estratégica durante una guerra. Los operadores de las redes se atribuyen el derecho de perpetrarla por iniciativa propia, sobre cualquier contenido y en todo momento. Así, hemos visto borrados del ciberespacio mensajes y páginas de particulares, de organizaciones, e incluso del presidente de Estados Unidos. No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero daría mi vida para defender su derecho a decirlo, afirmaba Voltaire. No estoy de acuerdo con lo que usted dice, por lo tanto usted no existe, sentencia el operador de internet. En el mundo informatizado, la exclusión de internet es el nuevo ostracismo; un destierro que no excluye de un solo país, sino del mundo.

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Las redes informáticas y sus operadores, como los capitalistas, transfieren de tal manera el control de un hecho económico al de un hecho político, trasladando la autocracia que ejercen dentro de las redes al mundo exterior. Así, legislan, deciden sobre la aplicación de sus leyes y ejecutan por sí mismas las decisiones en un caso insólito de acumulación de poderes. Todo estaría perdido, decía Montesquieu, si un solo hombre o una sola asamblea reuniera el poder de dar las leyes, interpretarlas y ejecutarlas. Las redes eligen gobiernos mediante el análisis de los big data, que permite enviar mensajes multiplicados mediante boots con fake news personalizadas según los anhelos, temores y fobias de cada sector del electorado. Barack Obama, Donald Trump, Jair Bolsonaro y seguramente Joe Biden fueron elegidos gracias a tales artimañas. Las redes pretenden derrocar gobiernos mediante campañas de odio que no admiten respuesta: muchos han sido derrocados por revoluciones de colores auspiciadas por ellas. Las redes proscriben a todos los que las usan para su verdadero propósito, que es divulgar información. El exiliado perpetuo Edward Snowden, el perpetuo prisionero Julian Assange son evidencias y advertencias de ello.

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Todo control social deviene control político. La insólita concentración de poderes en el interior y el exterior de las redes es un hecho consumado que se ha impuesto casi sin resistencia. Tendríamos reparos en formar parte de un país, un club o un partido en el cual no dispusiéramos de voto para elegir a los dirigentes y orientar sus políticas. Pero somos súbditos de redes sociales y antisociales supranacionales dirigidas por anónimos, sobre cuyas decisiones y operaciones no tenemos noticias ni derecho al reclamo, y que pretenden ejercer derechos totales sobre nuestros datos y nuestras creaciones. Por la cantidad de sus vasallos, exceden la de muchos de los Estados nacionales; por su alcance global, eluden la territorialidad que las coloca bajo las policías y los tribunales de éstos. Sobre las redes e internet se instaura un absolutismo infinitamente más irresponsable y perpetuo que el de las antiguas monarquías de derecho divino.

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Esta insólita concentración de poderes es un hecho que deberán corregir futuras revoluciones. Habrá quizá llegado el momento para que un nuevo Rousseau proclame la subversiva doctrina de que la soberanía de las redes reside siempre en el usuario; de que éste no puede cederla, transferirla ni convertirse voluntariamente en esclavo o dato de sus operadores porque la locura no confiere derechos. Para que un nuevo Marx verifique que la información expropiada tiende a concentrarse en un número cada vez menor de manos, y que ha llegado el momento de que los expropiados expropien a los expropiadores. Sólo la información libre abrirá las puertas del reino de la libertad.

 

LUIS BRITTO GARCÍA

Escritor venezolano.

Publicado en ÚN.


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