Huida hacia cueva de rufianes | Por: Alfredo Carquez Saavedra

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Cansado de los maltratos de Doña Bárbara, quien sin ninguna medida ni consideración movía cada uno de los hilos de su vida, Edmundo, títere electoral, en un acto de inusitada, inesperada y repentina independencia personal, decidió romper las ataduras y darse a la fuga, dejando atrás armas y bagajes.

Mis fuentes del sector que en los portales digitales de oposición llaman comunidad internacional (para referirse así, veladamente y básicamente, a Estados Unidos y sus satélites europeos) comentaron que el excandidato, otrora sometido al férreo régimen machadista, dudó durante semanas enteras si se iba a disfrutar de las vitrinas del Barrio Rojo de Amsterdam o si era mejor —por su precaria condición de salud— de andar de marcha por el Barrio de Salamanca en Madrid.

Como ya es público, notorio y comunicacional, el señor, escaso de palabras, de corto recorrido político y de menos apariciones públicas, decidió por probar suerte en la capital de la madre patria. Y estaba feliz hasta que, al bajar del avión militar en el que cruzó el Atlántico, vio que lo esperaban un grupito de vividores frente a los cuales Alí Babá y sus cuarenta ladrones podrían considerarse simples aprendices en el oficio de desplumar, de vaciarles los bolsillos a moros y cristianos.

Me dicen que, al ver el comité de recepción compuesto por gente con extensos prontuarios, la cara de terror del inmigrante con visa exprés, tan querido por la dirigencia del Partido Popular y la de VOX, se conectó con el impulso de volverse lo que se dice ya a Caracas.

Sin embargo, al reflexionar en segundos y darse cuenta de que en nuestra ciudad lo esperaba la señora innombrable, Edmundo prefirió quedarse con los pillos de siempre quienes, aunque sin escrúpulos en materia de dinero, lealtad y patriotismo, por lo menos tienen sentido del humor y gustan todos de la buena mesa y las parrandas pagadas con dinero de Citgo, Monómeros y el Departamento de Estado. Esto me lo contó un testigo presencial que pidió no ser identificado.

Total, si para Ernest Hemingway París era una fiesta, para Edmundo Madrid será un gran matiné (no puede ni debe acostarse tan tarde), especialmente por haberse liberado de la dictadura de la Machado.

 

ALFREDO CARQUEZ SAAVEDRA

[email protected]

ÚN.


 

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