Juan Guaidó, quien -una vez más lo digo- desde hace tiempo debería estar tras las rejas por traición a la patria y caradura, hizo todo un esfuerzo la semana pasada para hacerse pasar por político honesto y hacer el teatro de “rendirle cuentas” al pueblo venezolano.
Claro, como casi toda su gestión de fantasía y su conocida y probada poca capacidad intelectual, la presentación resultó bastante limitada y chucuta. Tal vez por eso algunos medios de comunicación invitados por el hijo de Trump, terminaron enredados con la información suministrada.
Unos resaltaron los 150 millones de dólares que se supone este personaje administró a razón de 37,5 millones por año, durante los 48 meses en que él y sus socios de Voluntad Popular (Leopoldo López), Primero Justicia (Julio Borges), Acción Democrática (Henry Ramos Allup) y Un Nuevo Tiempo (Manuel Rosales), aun eran amigos del alma. Otros prefirieron destacar su afirmación en la que se exculpa de todo mal manejo y cita al criminal de Eliott Abrams para señalar que al revisar su “gestión” -claro, por él mismo- no se logró encontrar “evidencia de corrupción”.
Y otros reseñaron el tan conocido carácter filantrópico del autoproclamado quien como si jurara por su madre, aseguró que invirtió entre 50 por ciento y 70 por ciento de tales fondos en ayuda social y/o en “bonos” destinados a los “trabajadores sanitarios”.
Tal vez sea casualidad que lo mejor del rostro lavado de Guaidó fue hecho público por algunos portales de esos que existen en el ciberespacio y que uno no se explica cómo se mantienen en el tiempo casi sin publicidad y en medio de una férrea dictadura caribeña. Y eso da pie para tocar otro tema de la semana pasada: las organizaciones no gubernamentales con piel de oveja y garras de águila calva, con colmillos de león británico o de espuela de gallo galo…
Desde la oposición venezolana y desde Washington ya comenzó la quejadera porque por estos lares comienza (tarde pero más vale que nunca) a discutirse en el parlamento la necesidad de regular la existencia de las organizaciones no gubernamentales. Como todo en la vida, las hay buenas y no tan buenas; algunas si se encargan de proteger, por ejemplo, el ambiente, los derechos humanos, la igualdad de género, etc. Pero también hay muchas que dicen defender la democracia y son patrocinadas por los mismos capitales que se encargan de negar la soberanía popular y la autodeterminación de los pueblos.
Ahí tenemos el caso del Reino Unido y el financiamiento oculto -hasta que un medio inglés lo reveló- de ONG y medios de comunicación en Venezuela pagados para crear desinformación y alimentar el clima de desestabilización política económica y social del país.
Alfredo Carquez Saavedra