«Y es que ella vio con sus propios ojos cómo sus vecinos salieron todos a poner gasolina, cambiando la democracia y la libertad por un tanque lleno».
Gladys, cacerolera de toda la vida, acompaña su café de cada mañana con cadenas de Whatsapp que la pasean por el acontecer noticioso como en una montaña rusa emocional que, de verdad, si no fuera Gladys la guerrera libertaria que es, ya estaría la pobre hundida en un mar de depresión y ansiedad.
Son unos picos, unas alegrías, unas ilusiones más grandes que ir a Disney World y luego el bajón sin frenos, sin fondo, sin aire y con tanta frustración. En una sola semana te pueden subir al cielo y estrellar contra el infierno del fracaso crónico, que siempre es obvio, que siempre está de anteojitos, pero que Gladys, en su delirio antichavista, nunca ve.
Así una mañana llegaron los buques de gasolina que no iban a llegar, porque no es no, -decían las cadenas de Whatsapp– porque, no señor, porque que los gringos sancionaron a Maduro, que la Cuarta Flota los va a bloquear por todos lados, que no van a pasar, que ¡ay, ay, ay!, que no se atrevan, que no, que no, ¡que se atrevieron!, que al cabo ni quería, que esa gasolina no será para el pueblo, que será solo para el rrrrégimen… que no, que la van a cobrar -¡ay, ay, ay!- que el fantasma del Caracazo recorre Miraflores, que se atrevan, que habrá estallido social, que la espada vengadora de San Miguel Arcángel , que no, que no, que no explotaron -¡cónfiro!-, pueblo flojo que no explota a cambio de una caja de CLAP… ¡ALERTA! Que no pongan gasolina iraní, que tiene nano robots con GPS para que el régimen te tenga ubicado en tiempo real -¡libertad, libertad!-, que no hacen caso, que fueron, que hicieron su cola, que pagaron en dólares, que fue tan horrible todo que César Miguel Rondón escribió otra cadena desgarradora, derrotada, en la que culpaba a todo el mundo -menos a él- de esta nueva derrota de la que según el autor, ya no se podría volver… hasta que vuelvan, claro, porque si algo tiene la oposición venezolana es amnesia.
Gladys lloraba amargamente leyendo a César Miguel. Y es que ella vio con sus propios ojos cómo sus vecinos salieron todos a poner gasolina, cambiando la democracia y la libertad por un tanque lleno. Ella, desde su balcón, los vio salir y regresar con sus caras tan lavadas. Los vio llegar al descaro de publicar, orgullosísimos, la factura de gasolina premium en sus estados de Whatsapp. Porque una cosa es la gasolina premium y otra es esa gasolina chimba y subsidiada que puso la vecina de 4-B, que no la hacen con petróleo sino con lentejas del CLAP.
Llegó la gasolina y aquel grupo de vecinos de Whatsapp tan activo, tan libertario, tan heroico, quedó mudo, o casi: solo quedaban las fervientes y compulsivas publicaciones de Gladys, otrora tan aplaudidas y reenviadas y la respuesta mecánica del par de manitos rezando del consecuente señor del 12-C.
Cuando nada podía ser peor, la pobre Gladys tuvo que ver el video de Guaidó grabándose en la cola, yendo de carro en carro, saludado a quienes, como los sinvergüenzas de sus vecinos, salieron a llenar sus tanques. Guaidó con mascarilla -obedeciendo las órdenes de Maduro-, Guaidó con capucha -como cuando no se reunió con Diosdado-, chocando coditos con tres de los MMGs de siempre, ¡que también estaban en la cola! Guaidó rodando barranco abajo, y ¿hasta cuándo este idiota que no sabe ni hablar? -Explotó Gladys, pobrecita, protagonizando en su balcón una solitaria explosión social.
Hundida en la rabia y la frustración, Gladys se consolaba con el castigo de la cola que padecían todos esos arrastrados que salieron a poner gasolina. ¡Bien hecho, plátano hecho! Pero… qué raro: Mireya y el marido salieron hace un rato a la bomba y ya están de regreso –una alegría fugaz surcó la amarga vida de Gladys: ¡Seguro la cola era insufrible y se devolvieron!
Estaba a punto de compartir su felicidad en el grupo del vecinos pero Mireya se le adelantó, sacándole el aire de un solo mensjitazo: “Vecinos, aprovechen, que en la bomba de la esquina ya no hay cola!”.
Buscando aire, Gladys tomó una bocanada de tuits de José Guerra, el experto que decía que la gasolina no vendría, que si venía no era para el pueblo, que si ahora es para el pueblo, el problema es que se va a acabar. Se va a acabar -suspiró, Gladys-, bien hecho que se va a acabar… ¡Coño, se va a acabar!
En la oscuridad de la noche, encapuchada como su ex líder, Gladys emergió con su carro desde las profundidades del estacionamiento del edificio y partió con rumbo que habría sido desconocido si no se hubiera encontrado con el vecino de 12-C quien estaba, como ella, poniendo gasolina en la bomba de la esquina, escondido del grupo de Whatsapp.
CAROLA CHÁVEZ
@tongorocho
Publicado en ConElMazoDando.com