El racismo y la xenofobia se combinan para condenar a la inmigración. Basta oír u observar las expresiones: “gente horrible” e “invasión de salvajes criminales”, pronunciadas por Donald Trump al referirse a los inmigrantes, o de igual forma informarse de la persecución y deportación de hombres, mujeres y niños haitianos por parte del Gobierno de República Dominicana y las manifestaciones de sectores de la población de dicho país que exponen públicamente su odio y rechazo a los haitianos, para entender que el problema de la migración terriblemente condenada es grave en el contexto de lo que hoy está pasando en la comunidad internacional, porque a la pobreza de los países subdesarrollados se suma esa perversa discriminación que muchos no quieren ver ni buscarle una solución humana.
Hoy en día la migración se presenta con un realismo conmovedor porque contra esas personas que buscan vivir por cualquier razón en otro país, se ha desatado la discriminación, la xenofobia y la violencia. Ahora vemos que en la definición del racismo ya no sólo se habla del odio por motivos de raza, color o linaje, sino que el racismo se extiende a ciertos grupos marginados y en especial a una forma de discriminación que la justifican en la inseguridad ciudadana pero que tiene su clave en el rechazo a los inmigrantes.
Se trata de la migración condenada o conflicto actual que refleja esa amarga lucha entre la ciudadanía de los países ricos y lo que en una época fue la universalidad de los derechos fundamentales, pero que ahora necesariamente aflora “cuando se hace irresistible la presión de quienes han quedado excluidos ante las puertas de los incluidos”.
La narrativa de Luigi Ferrajoli cuenta que en la época de la conquista los derechos de la persona y los derechos del ciudadano se identificaban y por tanto el derecho de residencia y el de circulación se proclamaban universales. Había una razón: era inimaginable en aquellos tiempos la emigración de los pobladores originarios y los derechos “peregrinandi” y “migrandi” fueron proclamados iguales y universales.
Hoy la situación se ha invertido y la ciudadanía ya no es un factor de inclusión y de igualdad. Sin embargo, la presión de la “gente horrible” o esos “salvajes criminales”, tal como Trump califica a los inmigrantes, se hace irresistible e imposible de contener. Esa presión está frente a las puertas de los países poderosos.
Beltrán Haddad
ÚN.