Por: Earle Herrera.
El autoproclamado niega que su voz sea su voz y su firma sea su firma. Ya había negado que su capucha en la reunión con Diosdado Cabello fuera la suya, como que los plátanos del golpe del 30 de abril le pertenecieran. Pero esto es accesorio. El sino de Carmona, negado 100 veces por sus cómplices antes del canto del gallo del 13-A, empieza a arroparlo con su sombra siniestra. La tetrarquía o G-4 que lo acompaña desde que Trump le ordenó autoproclamarse, se asustó con el contrato que “su líder” firmó con una empresa gringa de mercenarios para provocar en Venezuela una carnicería humana.
No es para menos. Allí se habla de asesinar gente como de usar tapabocas y lavarse las manos. Ese es el trabajo en el mundo de esas contratistas. Con el precio que puso Trump a la cabeza de Maduro, Cabello y el gabinete ejecutivo, le dio piso legal a la “incursión” y el crimen. Asesinados los líderes de la revolución, se seguiría la matanza, como subraya la letra del contrato, con quienes los apoyen. Los contratistas asaltantes se apoderarían de las casas de los ejecutados y de todo cuanto hallen adentro. Firmado está por Guaidó y asesores. Contra las manifestaciones populares que sin duda se darán, se abrirá fuego letal, según los firmantes. No se asombren. Este guion no lo estrenan con nosotros.
Claro que en un momento determinado de la carnicería humana, EE.UU. y sus lacayos intervendrían para “llevar la paz a Venezuela”, con la muerte de decenas de miles de cuadros de la revolución. Una vez barrido el país hasta del último rojo rojito, Guaidó con sus socios de la muerte gobernaría a un país “en paz y feliz” por muchos años. El G-4 sería reducido a un solo partido, del que también purgarían a los que se aspavienten mucho. Gente como Ramos Allup y Manuel Rosales, con sus partidos y todo, apoyen o no la masacre, serán desechados en las alcantarillas de los desaguaderos de la historia.
Ese es el libreto del Pentágono, mano ejecutora del contrato suscrito por el autoproclamado. Si este leyera un poco, en Libia vería el espejo de su convenio. Allí la sangre sigue manando. Occidente se cogió las reservas y riquezas del país petrolero y los libios que asesinaron a Gadafi ya están muertos. La oposición tiene razón para estar asustada, pero el solo miedo no salva.