En vísperas del cierre del primer cuatrimestre de este año, hemos querido hacer un ejercicio de balance del desenvolvimiento del sector agroalimentario, para así hacer algunos señalamientos y comentarios en cuanto al comportamiento de la agricultura y los patrones de alimentación hoy en Venezuela. Este balance se realiza, tomando en cuenta los múltiples acontecimientos que en términos políticos, económicos, sociales y ambientales está viviendo el país, y las posibles repercusiones que en lo sucesivo estos podrían tener para el sector. Para romper con el nacionalismo metodológico, hemos seguido de cerca los acontecimientos bélicos alrededor del mundo y su impacto en los precios de las materias primas, así como en las líneas naturales de distribución como mercancía corriente. Sumado a esto y con un impacto quizás tan devastador como la guerra misma, hemos evaluado los efectos del cambio climático y su afectación en la dinámica productiva de algunos rubros de interés para nuestra nación.
Lo primero que debemos destacar es que el sector agrícola en general ha evidenciado un crecimiento sostenido. Esto, para ser más precisos, no solo en referencia al comportamiento de los últimos cuatro meses de este año, sino que, vale destacar, es una línea ascendente y sostenida que se registra por 12 meses consecutivos. Es posible afirmar que hoy en día se tiene un crecimiento estable y sostenido en los rubros indispensables para la dieta del venezolano. El maíz, por ejemplo, cerró el 2023 con un incremento del 35% en comparación con el 2022. La caraota, quizás la leguminosa más consumida en nuestras mesas, registró un incremento del 30%. En el sector pecuario, hallamos un incremento del 24% en los rebaños de búfalo, 15% en los caprinos, 9% en pollos, 6% en ganado porcino, así como en la producción de leche de búfala y vaca en un 7% y 4% respectivamente. En este mismo sentido, se registró un crecimiento del 5.2% en el sector vegetal. Para el sector pecuario, podemos medir un incremento del rebaño, que incluye ovino, caprino, bufalino y vacuno, en un 7.6%, crecimiento teniendo una repercusión positiva en la producción de todos los derivados lácteos y cárnicos que surgen de la transformación que aguarda la producción primaria de este sector. Este suceso de incremento en la producción agrícola no puede ser interpretado como poca cosa, en especial, si tomamos en cuenta factores medioambientales, tales como el descenso en las lluvias (producto del fenómeno de «El Niño”), con un registro de hasta un 30% menos de precipitaciones experimentadas en los dos ciclos de siembra del 2023.
En este punto es preciso señalar que el crecimiento de estos rubros, en particular, y del sector, en general, responden al incentivo, promoción, acompañamiento y fomento que ha recibido la agricultura desde las instancias públicas y privadas. Estos esfuerzos deben ser entendidos a la luz de la implementación de políticas públicas orientadas al impulso del sector agrícola y pecuario, el cual ha sido articulado desde instancias como la Gran Misión Agro Venezuela y sus múltiples actores involucrados, así como también a las acciones realizadas desde Ciencia y Tecnología, destacando especialmente la Alianza Científico Campesina, como política para el desarrollo integral y armónico del campo.
También resulta necesario mencionar y resaltar la apuesta que ha venido realizando el sector privado en algunos ejes productivos bastante específicos. Resulta indiscutible y hay que preponderar todo el accionar de un sector privado comprometido con el país, que ha venido realizando un excelente trabajo de inversión y desarrollo en el eje Lara – Portuguesa, espacio en donde la economía agrícola ha tenido un comportamiento distinguible al del resto del país gracias a sus gremios, asociaciones y organizaciones que, incursionando en métodos financieros novedosos y atrevidos, han logrado incrementar la productividad, mantener sus espacios productivos activos y toda una red de actividades conexas en plena actividad y expansión.
No obstante, al crecimiento de la productividad y la consiguiente mayor oferta de alimentos, hay algunos segmentos de la población venezolana que aún hoy se encuentran en algún tipo de riesgo en cuanto a una alimentación sana, saludable y balanceada. El incremento de la producción de diversos rubros agrícolas no se ha traducido, necesariamente, en una mejora o incremento del consumo por parte de los venezolanos. Esta afirmación se puede explicar con argumentos elementales. El primero de ellos lo encontramos en la falta del poder adquisitivo que se evidencia en algunos sectores de la población. En este sentido, resulta necesario efectuar los ajustes macroeconómicos pertinentes para poder subsanar el desbalance. Otro argumento que explica el margen de riesgo alimenticio en el que algunos venezolanos se encuentran, está en el alto consumo de harinas y alimentos ultra procesados que componen sus dietas y que contribuyen a un mayor riesgo de enfermedades crónicas, como la obesidad, la diabetes y enfermedades cardiovasculares, así como deficiencias nutricionales importantes.
Quedan, en conclusión, los primeros cuatro meses del impulso positivo de un sector que busca levantarse luego de una contracción general de la economía que asciende a casi el 80%. Quedan, también, grandes retos macroeconómicos por resolver, pues no solo es una población que requiere incrementar sus niveles de consumo, sino que, en términos estrictamente técnicos, hay una producción que demanda un mercado más grande, diverso y dinámico. Junto a esto, está también la esperanza de ver la aplicación de políticas públicas dirigidas a solventar problemas profundos de inversión que tanto requiere el campo, a través de créditos, incentivos a la producción, promoción a la productividad, reconocimiento a la innovación, impulso a la tecnificación, entre otros.
Centro de Estudios para el Desarrollo Agrario (CEDA)