El problema de los gafos | Por: Carola Chávez

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El problema de los gafos es que no saben que lo son. Pongamos el ejemplo de un gran gafo, el clásico gafo que jura que los gafos son los demás, nunca él mismo: pongamos el ejemplo de Guaidó, el gafo que, por gafo, se creyó sifrino, se creyó igual a quienes no quieren ser iguales a nadie, esa secta perversa, podrida, que pasa por encima de lo que sea, de quien sea, para preservar sus privilegios… Distancia y categoría. El gafo creyó que lo querían, que no se le notaba lo guaireño, lo morenito, clase media bajita, lo pelo malo… Tan gafo que quiso entrar al Caracas Country Club por una puerta distinta a la de servicio.

Por gafo pensó que esa presidencia ficticia que le asignaron se la había ganado porque él es chévere, porque «se parece a Obama», y ponte aquí para sacarte unas fotos para GQ, clic, clic, pon a Fabi Fabulosa allá para hacerle una página en «¡Hola!», ponle unos dólares en la mano a Roland para que escriba que Fabi es fabulosa, agarra aquí estos milloncitos, gafo, que nosotros nos quedamos con los millonsotes…

Y el gafo encandilado mascullaba discursos que a nadie, absolutamente nadie le importaban, porque sus discursos no decían nada: los títeres no piensan, los títeres no hablan… Gafo sádico, muñeco de ventrílocuo blandiendo amenazas terribles siempre sobre la mesa, tanto sobre esa mesa que se convirtieron en el cuento de El Lobo sin lobo… Tanto, que si no fuera por el daño del saqueo, esta historia sería una comedia malaza.

Decenas de voceros caricaturescos declarando contra Venezuela, dándole ultimatos a su gobierno legítimo, contándole los días a Nicolás Maduro. Presidentes salidos de elecciones sombrías con papeletas fotocopiadas, con compadres narcos comprándoles votos, presidentes inesperados, que se sucedían unos a otros tras investigaciones donde resultaban culpables de corrupción, presidentes con caras de dignidad sobreactuada todos con deudas pendientes con la justicia, todos con las manos manchadas de sangre y de mierda. Y el gafo ahí, en medio de mierdero, feliz, chapoteando junto a los otros mamarrachos que, por arrastrarse ante el amo, devaluaron sus devaluadas presidencias equiparando al gafo con ellos mismos.

Y el gafo tragándose el cuento de la presidencia ficticia, su gafa mandando a diseñar un logotipo rosado para la rosada papelería de Primera Dama… y revoloteando con ellos, un montón de recién vestidos -así les dicen en el Country, así le dicen hasta a Lilian, imagínate tú, por no tener abolengo-. Y el gafo creyendo que el abolengo se compra, la gafa creyendo que el abolengo es ser catira, y María Corina que no señor, que no se lo cala, y el gafo y roba y roba, y el abolengo nada, y sus panas pide y pide, y él dale y dale, queriendo comprar lo que no se compra con unos reales que no son suyos. Al menos Fabi llenó la nevera…

Realazos para los panitas y los no tan panitas dolidos, claro. No puede ser que en esa monumental rebatiña iba a salir trasquilados. Se robaron Monómeros y a mi no me dieron —dijo el que era su canciller fake y batiendo su papada con un gesto de fingida decencia, tuiteó su renuncia irrevocable. Enseguida otro canciller, porque lambucios sobran. Este el más lambucio de todos.

Monómeros, Citgo, cuentas bancarias, oro del Estado venezolano, una rebatiña y la vida loca, tan loca que da hasta para película mala titulada «De taxista sudaca en Canarias a millonario con palacete en Madrid». Y la ostentación más grosera, más descarada, y el Cielo pidiéndole camionetas a su Sugar Daddy gordo, para poder ir a su casa a fingir que lo quería un poquito, y el gordo robándole a los niños enfermos para complacer a su Cielo, para sentir, que todavía levanta, y una loca en Inglaterra regalando El Esequibo, y otro pendejo en Nueva York inventándose reuniones ficticias en la ONU, y Vecchio en Washington manejando un Porsche, plata y plata y roba y roba y todo, todo, todo alrededor del gafo está tan podrido que el hedor no se puede ocultar.

Y no es que el hedor moleste a los criminales mayores que instalaron al gafo en ese papel fantasioso que no era sino una fachada firmante del saqueo trasnacional de nuestro país, es que el gafo es tan gafo que les hizo el favor de dejar un reguero de ñoña a su paso par que lo usaran como cuchillo para su pescuezo. Es que el gafo es tan gafo, que no se dio cuenta de que hace rato por gafo y por inútil se convirtió en un estorbo; que hay ladrones más finos, y con abolengo, gafo también, pero con abolengo; que tienen esposas más rubias que Gafi Fabulosa; que salen en «¡Hola!», pero la de España, la verdadera, la mas chic, donde salen ladrones de sangre azul como el rey que mata elefantes con el dinero de todos los españoles; y que, como dice Maria Corina, por mucho que el papá del gafo tenga un palacete, «mono se queda».

Que empiezan los medios que vendieron la fantasía de gafo interino, a llamarle simplemente gafo opositor, y peor, a llamarlo gafo de oscuros manejos, que es lo mismo que llamarlo gafo ladrón. Que lo están tirando al charco, tanto que el gafo les dio, tanto que lambucearon —¿verdad, Julio Borges?— y ahora todos lo miran feo, ahora exigen, hechos los locos, cuentas clarar, transparencia y pulcritud. Ahora todos le apuntan con el dedo. Es que tiene que haber un culpable de tan atroz y retorcido saqueo, para disimular un poquito, para que no se note la podredumbre de un sistema que se impone malandreando. Tiene que haber un culpable y culpables nunca serán los dueños, para eso les sirven también los gafos

Mientras se deshacen del gafo, degradándolo de presidente ficticio a «interlocutor privilegiado», maquillan al próximo psicópata que ostentará el título de gafo de turno. El que viene, como siempre, como todos, cree que él no es gafo, porque él sí tiene abolengo, porque él si es sifrino, y no se da cuenta que en este cruel mundo de escalafones sociales que tanto defienden, un sifrino caraqueño es una chiripa frente al sifrinaje de los dueños de mundo, que se ríen viendo que hay gafos que creen que pagando 12 mil dólares mensuales de alquiler se acercan a parecerse a sus dueños. Los dueños, gafito, no pagan. A los dueños les pagan y si no, arrebatan.

Cae este gafo y otro gafo espera su turno frotándose las manos con los ojos desorbitados, y no ve la cola de gafos tras él, que aspiran también ser los próximos gafos designados… No ve nada porque cree que no es gafo, que los gafos son otros, porque es que el problema de los gafos es que no saben que lo son.

 

CAROLA CHÁVEZ

@tongorocho

Publicado en CEMD.


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